sábado 20 de abril de 2024 - Edición Nº -1963

Información General | 24 oct 2015

¿Y qué pasa ahora con Copani?

Progresistas kirchneristas horrorizados por Ricardo Montaner

"Se va a la discoteca / no má pá averiguá / pá vé si encuentra un negro / que la ponga a sudá", dice la canción. Es un tema que en Carta Abierta no garpa: el derrotero de Cachita, una mujer cuyo sueño no es la revolución latinoamericanista, sino "bailar el cha-cha-chá / buscando una pareja / que la lleve a gozá".


Durante su acto de cierre de campaña, el candidato del Frente para la Victoria – como viene haciendo cada vez más intensa y asiduamente – mostró que esta etapa tiene una impronta bien anaranjada, no sólo en el plano político, sino también en el cultural. Nadie se sorprendió, al contrario: el gabinete que anunció mediante un lento goteo de nombres resonantes y afines a la década kirchnerista cayó relativamente bien en la tropa de NK y CFK.

Ya Néstor Kirchner había extendido el tiempo útil de varios ministros que venían de la gestión duhaldista, y demostró que en el peronismo hay formas que no cambian: a rey muerto rey puesto, y hasta los ultraduahldistas más feroces reconocieron el liderazgo del santacruceño.

El proceso abierto por el gobierno Kirchner-Scioli (2003) trajo consigo una nueva liturgia cultural peroniana: las plazas de mayo, los actos en estadios de fútbol, y hasta una movilización gigante hacia Mar del Plata (por la cumbre anti ALCA) en las narices del mismísimo Darth Vader del imperio: George Bush. Y con Diego Maradona abrazado a Hugo Chávez. Una panzada de símbolos, gestos, señales, y expresiones culturales hicieron de telón de fondo de los 12 años kirchneristas.

Pero hay un error frecuente: creer que las formas hicieron o dieron encarnadura a la etapa política y económica de gestión. No es que porque llegaba Silvio Rodríguez y cantaba Canción Urgente para Nicaragua la Argentina avanzaba junto a los países hermanos hacia la CELAC.

Ni Fito Páez con los flecos de alguna refinada letra ochentosa en busca de la nota justa (que nunca llegó en ningún acto, hay que decirlo, de onda) moldeaba las conciencias de nuevos sujetos revolucionarios, o tercermundistas, o latinoamericanistas, como se quiera.

Pero como fuera, la liturgia peronista fue mutando hacia formas populares de origen clasemediero. A quien escribe esto le encanta ese estilo. Y ama a la trova cubana.

Pero el peronismo realmente existente tiene otro perfil cultural que el del grueso de los lectores de Página 12, ni mejor ni peor, distinto, ni más transformador ni menos transformador: distinto.

Por eso, el jueves muchos comentarios sobre el acto de cierre del FpV no fueron peyorativos por causa de un estreñido desarrollo, ni el ceñido guión que lo tabuló hasta unos breves 45 minutos. Así también había sido el cierre de CFK en 2011.

El horror que se reflejaba en la redes sociales, en los comentarios de algunos asistentes, de algunos televidentes, de algunos adherentes y de muchos cagatintas que destilan una pureza sólo por ellos percibida, era que DOS había puesto a un opositor al chavismo, y referente de un estilo comercial (como si fuera el único que firma contratos con compañías discográficas o multinacionales) como partenaire musical.

“Lo de Urtubey me lo banco, lo de Mirta Legrand me lo banco, pero lo de Montanter no Daniel ! , NO!”, posteó una graciosa tuitera kirchnerista que forma parte de la inmensa multitud de usuarios de redes que prácticamente militan por la pantalla de sus brillantes y dolarizadas notebooks. ¡Y cómo!

¿Qué pasaría si Luciano Pereira deleitara algún día a nuevas multitudes con melosas y comerciales baladas de moda? ¿Cómo podría condicionar un show en Mar del Plata de Pimpinela a una eventual negociación con los buitres?

Vaya a saber. Pero el miércoles, Daniel Scioli, el incansable, se dio el gusto y marcó la cancha a su gusto, con un formato donde estuvo ausente la pléyade de estrellas de la cultura kirchneriana.

Al fin y al cabo, también vale recordarlo, las luchas sociales, los conflictos gremiales y estudiantiles, la resistencia en las barriadas y toda expresión transformadora que el kirchnerismo supo canalizar, se hicieron sin Fito Páez, con la trova lejos en Cuba, sin fulano, mengana y sin ninguno de los excelsos artistas kirchneristas adorados por algunos como si fueran militantes de tiempo completo.

Tan sólo el recuerdo del inmenso León Gieco solidarizándose con la familia de Miguel Bru, de Pocho Lepratti y de tantos otros aparece como la excepción que confirma la regla. Todos los demás, o casi todos (perdón), estaban (pooobres) descreídos, desgastados, tristes, y muy desengañados, y por esa razón dedicarían sus horas a sólo juntar mucho vil metal. En eso ninguno estuvo por encima del hombro de Ricardo Montanter, no jodamos. Las revoluciones, decía un veterano peronista de la resistencia en los 60, la hacen sólo los pueblos, nadie más. Allí están (entre el pueblo), los zapateros, los albañiles, los ladrilleros, los taxistas, los docentes, las amas de casa, los estudiantes, los deportistas, los contadores, y también los artistas, claro está.

Carla Albornoz

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