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Información General | 23 nov 2013

Editorial

Mega fiesta, mega gasto, mega escándalo: la política como show, o como entramado social

Este año, el aniversario de la fundación de La Plata fue uno de los más controvertidos de toda la historia de la ciudad, por lo menos desde que tenemos gobiernos democráticos. Los incidentes que ocurrieron a la salida del Tedeum de la Catedral, pese a lo poco que se difundieron en algunos diarios y en las radios locales, fueron lamentablemente el hecho más trascendente de la jornada.


Lo que el escrache vecinal puso en blanco sobre negro, es el quiebre irreversible entre las asambleas vecinales que se formaron después de la inundación, y el gobierno de Bruera. Hay dos cuestiones que sería bueno analizar al respecto: primero, qué son las asambleas, a quién representan, qué reivindicaciones tienen, cómo trabajan. Y lo otro tiene que ver con la modalidad que se ha instalado desde hace años en nuestra ciudad: los mega eventos altamente costosos, estilo Hollywood, que gastan las gestiones locales para que durante un par de horas los vecinos congregados en Plaza Moreno tengan la sensación de estar viviendo en Disney.

LAS ASAMBLEAS

Sobre las asambleas barriales que se organizaron a partir de las inundaciones, hay que decir que, como todas las asambleas, constituyen grupos que representan y son portavoces de una parte del universo que quieren y dicen representar. O sea, la Asamblea de Vecinos de Tolosa, por citar un ejemplo, no es el parlamento de Tolosa elegido con el voto de los vecinos. Por ende, tiene un grado de legitimidad que habría que mensurar.

¿Pero acaso no es así siempre? ¿Cuándo se habla de la resistencia en Famatina a la minería a cielo abierto, no se hace alusión a “la resistencia de parte de la población, organizada y representada por la asamblea”?

Lo mismo podríamos decir de las asambleas post 2001, donde, incluso, se discutía una agenda tan variopinta y fantástica como las que suele instalar la izquierda dogmática, que llegó, en City Bell, por ejemplo, a imponer por voto la devolución de todos los medicamentos que algunos particulares habían enviado con el argumento de que era el estado el que debía garantizar la salud. Y nadie los cuestionaba.

Estaba claro que había un vacío de legitimidad “arriba” y que esa legitimidad se trasladaba “abajo”, es decir, a los vecinos autoconvocados.

Algo así le pasó a esta gestión municipal. Luego del 2 de abril sufrió una herida que no para de supurar. Y no quiso, no pudo o no lo dejaron, abrir un ámbito participativo que permitiera un diálogo aunque sea moderado con los vecinos. Es cierto que los días posteriores a la inundación fueron de pura tensión y locura. Pero no hubo estrategia municipal para ir acercando las partes, buscar o discutir alguna solución, en fin, dar alguna respuesta diferente que encendiera algo de luz en un diálogo de sordos.

Más aún, no hubo espacio de articulación, debate o reconocimiento, porque en calle 12 pensaron que la ropa se iba a ir secando, que el agua iba a ir bajando, y que de a poco la situación se iba a normalizar. O sea, apostaron al factor tiempo para desinflar el odio. Pero el tiempo sólo fortaleció el encono y la ira vecinal, porque existe ese quiebre del que hablamos párrafos arriba: si no hay legitimidad entre quienes tienen la legalidad, la legitimidad vuelve a la gente, y sobre todo a los que levantan una bandera que no hay forma de manchar: la verdad y la justicia en relación a todo lo que pasó.

¿Qué bomba atómica seriviría para apagar ese foco de tensión? ¿Qué pensaban cuando alejaban a los vecinos más confrontativos durante el Tédeum? ¿Qué iban a decir las víctimas: “Perdonen señores patovicas, nos vamos así no molestamos más”?

Se polarizó el festejo, entonces, entre vecinos con los que cualquier platense podría identificarse, solidarizarse; y , enfrente, una gestión con 18 puntos porcentuales de legitimidad: muy poco. Y que encima incurre en el desatino de anunciar que piensa gastar una fortuna por un efímero show.

No sólo fue una mala idea porque irrita a los vecinos. Era pésima porque la Ciudad no tiene por qué destinar ingentes sumas de dinero para que parezca que todo anda bien. Es una cuestión de sentido común, no de viveza criolla.

Extraño que sólo se haya escuchado y leído a pocos concejales de la oposición criticar el festejo antes de que lo hicieran las asambleas. José Arteaga, del FR, advirtió sobre lo negativo de realizar el mega evento el 2 de octubre, o sea, hace más de 50 días. También los ediles del GEN advirtieron sobre lo inoportuno de un mega festival.

¿Cómo se les escapó la tortuga a los muchachos del Intendente? ¿Y a los soldados que dicen ser exégetas de Néstor y Cristina? ¿El microclima lo puede todo? ¿Cuántos dirigentes se han dejado formatear por un modelo de gestión demasiado influido por la publicidad?

Es hora de que la sociedad platense en su conjunto, incluyendo a vecinos y dirigentes, comience a discutir ese ritual alegre y divertido que se repite cada 19 de noviembre, pero que, quizá no se ajuste al presupuesto de un municipio de las características de La Plata. Hay una concepción detrás de ese tipo de eventos, muy ligada a la política cultural de los años 90 a nivel nacional, y en particular en La Plata.

Cualquier vecino que recuerde la gestión del primer intendente radical de la ciudad del periodo democrático, Juan Carlos Alberti, si hace memoria, recordará que los fines de semana se realizaban en cada plaza de la ciudad (pero en todas eh) espectáculos artísticos de bajo presupuesto y que generaban una movilización de recursos humanos y económicos muy importante. Muchos artistas recibían un ingreso monetario, y la cultura llegaba a todos lados, porque hasta en el rincón más alejado, por pobre que fuera, una plaza o un espacio público servían de escenario.

Habría que preguntarse si este modelo del mega show con fuegos artificiales, incluso, no es excluyente, porque deja afuera a niños y adultos mayores, que no pueden bancarse el amasijo que forman las multitudes en cada mega evento.

Habría que preguntarse también por qué no celebrar el aniversario de la Ciudad en todos los espacios colectivos vecinales. Y si en todo caso el rol del municipio sea el de asistir con dinero y logística para que en cada barrio se celebre de manera más participativa y comunitaria el aniversario de la Ciudad.

En fin, muchas preguntas, sólo algunas certezas. La más importante: el 19 de noviembre la gestión municipal acumuló otro blasón negro. Otra: las asambleas no son organismos de representación legal pero sí legítimo, porque expresan lo que los vecinos de cada barrio sienten, parcialmente, en forma aproximada, pero son lo más cercano a un espacio de representación real. Tres: la gestión municipal tuvo la idea de traer estrellas de alcance nacional y con contratos elevados, lo que demuestra la miopía propia de quienes pierden alcance en la mirada cuando el microclima los confunde.

Cuatro: Bruera tuvo “que retroceder y en chancletas”, es decir, desordenadamente, y desparramando una serie de torpezas que culminaron con esa convocatoria a donar elementos para la Cooperadora del Hospital de Niños, que, dicho sea de paso, y por si fuera poco, se encargó de tomar distancia y decir que todo les viene bien, pero que era una idea de Bruera, y que no estaban coordinando nada.

Y por último, la enseñanza del 19 de noviembre, es que después de la década del 90, luego de tantos años de pelea social, disputas gremiales, movilizaciones sociales, conflictos sindicales, marchas estudiantiles, piquetes de desocupados, y protestas sui generis, la sociedad platense en particular, y el pueblo argentino en general, ya no se sientan a contemplar sus propias desventuras.

La política, en el nivel que sea, debe tomar nota de ello. Esta sociedad supo ser un manso rebaño, en tiempos de dormilones. Estamos en la época de la ciudadanía ampliada, de las demandas de segunda generación, de la calidad democrática como premisa. Es hora de que se enteren todos y todas de que las luces de colores, los flashes y los fuegos de artificio, son solo eso. Hace falta más gestión. Hace falta más participación democrática, y gobernantes que la disfruten, en vez de ahogarla.

Nicolás Harispe
@nicolasharispe

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