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Información General | 30 abr 2016

Opinión

¿El día del trabajador o del trabajo?

Escrita por el concejal platense por el Frente Renovador Luciano Sanguinetti, y publicada en el blog lucianosanguinetti.wordpress.com


La importante movilización de ayer conmemorando otro día del trabajador nos obliga a todos a pensar en el sentido real del trabajo en la sociedad contemporánea. Con una tasa importante de desocupación crónica, un empleo informal creciente y avances tecnológicos cada vez más acelerados que reducen inexorablemente la mano de obra, nos enfrentamos cotidianamente a lo que presagió Hanna Arendt en “La condición humana”: un sociedad de trabajadores sin trabajo.

Lo primero que deberíamos aclarar es que el trabajo remunerado es un invento relativamente reciente. Hasta mediados del siglo XVIII, el trabajo era una actividad inferior; ya los griegos habían señalado que se trabajaba por necesidad, y el que tenía necesidades casi no era humano. La libertad del que no trabajaba para satisfacer sus necesidades era el requisito para ejercer la ciudadanía.

Pasaron muchos años desde entonces y el capitalismo amplió los horizontes del trabajo universalizándolo, un enjambre creciente de industrias pusieron manos a la obra a millones de personas, con la consabida consecuencia de explotación y plusvalía. Gran paradoja de la etapa actual del capitalismo: el 1 de mayo conmemoramos la lucha de los trabajadores norteamericanos por reducir las horas de trabajo, cuando hoy rogamos que alguien nos convoque para trabajar, no importa quizás tanto las horas a las que debamos someternos. Lo que sucede es que las sociedades enfrentan hoy una crisis del trabajo, producto centralmente del salto tecnológico. Ya André Gorz anunció que cada década que pasa disminuye la cantidad de trabajo necesario para producir los mismos bienes. De continuar este ritmo, el final del camino puede ser trágico.

Jeremy Rifkin explica en “La era del acceso” que el 25 % de la economía mundial la mueve el turismo. Pero el turismo, esa industria sin chimeneas, no produce cosas, bienes, sino experiencias. Esas experiencias articulan una infinita gama de actividades. Transporte, alimentación, cultura, tecnologías, personas, lenguajes. Quizás no haya un ejemplo mejor para describir el paso del capitalismo industrial al postindustrial. La apropiación de las cosas ya no es el mecanismo determinante del desarrollo productivo, sino su acceso: viajamos para conocer, para vivir.

El filósofo marxista Toni Negri adelantó en “Imperio” que el trabajo en la era posmoderna estaría marcado por la inmaterialidad. Lo llamó el trabajo cognitivo, simbólico, afectivo. Cada día más, el valor agregado de las personas y los grupos es lo que define la producción capitalista contemporánea. Información, innovación, creatividad. ¿Cuál es el valor de los bienes que se producen globalmente si la determinación de su precio radica en la marca que llevan en el orillo? Un mundo de “logos” es el que hace hoy funcionar el proceso económico.

En este contexto de cambios, dos dimensiones me parecen claves a la hora de reflexionar hoy sobre el trabajo.

La primera es aquella que nos exige pensar en la necesidad de que el trabajo no desaparezca. Ahí son claves los sindicatos, los representantes sindicales, la relación de estos con los empresarios y los gobiernos. Fomentar el trabajo, cuidar el trabajo, implica repensar la producción y la creación de riqueza. En un país como el nuestro, esto no debería ser complejo. Fue el peronismo el que puso en valor al trabajador y sobre el que construyó un mundo intenso de identidades y memoria. No resultaría paradójico que sea en el seno del peronismo donde este debate vuelva a actualizarse significativamente.

La segunda se vincula con el modo en que pensamos el trabajo en el ámbito donde se forman las nuevas generaciones: la escuela. La relación entre trabajo y educación es clave, pero no sólo por el hecho de que en ese tránsito se formarán los trabajadores del mañana, sino por la circunstancia de que el trabajo atraviesa hoy un proceso de inmaterialización. Qué espacio mejor que la escuela para experimentar creativamente e impulsar el trabajo cognitivo. Aprender a aprender vuelve a ser la clave de la escuela en un momento en el que el conocimiento es la fuente primordial del desarrollo y de la producción de riqueza.

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