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Información General | 23 may 2016

Opinión

El FPV y el Pro: dos caras de la misma moneda

Por Luciano Sanguinetti, concejal del Frente Renovador.


El kirchnerismo y el macrismo se parecen más de lo que quisieran, en especial porque comparten una misma matriz socio-histórica, anclada sin dudas en el siglo XX. Avanzan a la par, como las caras de una moneda, tratando de todas las formas posibles de que no aparezca nada en el medio que los separe.

Qué es el kirchnerismo hoy. La afamada minoría intensa del FPV se redujo en los últimos años a dos banderas básicas: la ley de medios y los derechos humanos. La primera refleja una visión de la ciudadanía sostenida por la lucha ideológica, en la cual la dominación de las conciencias por los aparatos comunicacionales representa una de las contradicciones principales. A partir de esa visión, luego de la derrota con el campo, se puso en marcha la ley por la “democratización de los medios”. En perspectiva, luego de casi 8 años de aquella gesta, la ley fue finalmente arrasada no sólo por la pésima implementación de un proyecto loable, sino también por el salto tecnológico: mientras la televisión y la radio buscan cómo adaptarse a un nuevo escenario de la comunicación y el entretenimiento, internet se hace fuerte en el centro de la escena. Discutir actualmente la realidad comunicacional latinoamericana desde el marco teórico de Mattelart y Dorfman – con su famoso “Para leer el Pato Donald” – y su impronta althusseriana es un retroceso que sólo le cabe a los que prefieren tapar el bosque con una antena. La otra gran bandera del FPV, los derechos humanos, fundamentales en el siglo pasado, y gesta que no tiene parangón en ningún otro país del mundo, logró sus objetivos. La lucha por la verdad, la memoria y la justicia, con su saga de líderes y referentes de todos los sectores políticos (radicales, peronistas, socialistas, progresistas), lejos de fracasar, ha triunfado. Juicios a las juntas, derogación de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final, restitución de nietos, reparación a familiares, son parte de una conquista social contrahegemónica incomparable. No obstante, el compromiso en este campo no debería quedar restringido al horror de los años 70.

El PRO, el otro contendiente, promete el mismo sueño neoliberal de los años 90. Inversiones extranjeras, eficacia en el gasto, pulcritud y buenos modales, un menemismo menos esperpéntico, en un contexto de posglobalización, en el que la distribución de la riqueza será producto del famoso derrame de una copa colmada. Fue la promesa de aquella década. No se produjo, no sucedió. No va a suceder. Los globos amarillos tienen a favor la ostentosa miseria de la corrupción, el fraude de la promesa liberadora y la repetida crisis de los populismos que vuelven a tropezar con la misma piedra de siempre: la sucesión. Ese es el problema central de los movimientos populares luego de su acceso al poder. La construcción lenta y al parecer inexorable de los providencialismos (donde un presidente electo por el juego de las azarosas circunstancias comienza a convertirse en un líder innato) y el personalismo (cuando aquel que arranca gobernando como uno más se transforma en la excepción) terminan por agotarlos. Le pasó a Yrigoyen en el 30, a Perón en el 50, a Alfonsín en el 87, a Néstor en el 2007. Pasa en Latinoamérica con Lula y el PT, Maduro y el chavismo, Evo Morales y el MAS. Un problema que resolvieron de mejor modo las oligarquías en el siglo XIX.

Estamos hace rato en el siglo XXI, pero todavía los argentinos perdemos tiempo discutiendo una agenda vieja. Ya resolvimos los cuatro problemas centrales del siglo XX. La democracia política; el anhelo de justicia social compartido por todos los sectores; la inclusión de Argentina en el contexto latinoamericano; la búsqueda de un equilibrio entre el campo y la ciudad, entre la industria y la producción agraria, entre la exportación y el mercado interno. Esas son las bases que comparten, con diferencias apenas sutiles, los movimientos populares democráticos con ambiciones de constituirse en fuerzas mayoritarias. Las demás son los pequeños atajos personalistas de algún dirigente de circunstancia. No mucho más que eso.

Por el contrario, el siglo XXI está plagado de nuevos debates y desafíos. En principio, podríamos nombrar tres, los más urgentes. El trabajo. ¿Qué es el trabajo hoy? ¿Cómo se construye una sociedad hipertecnificada en la cual las personas tengan algo que hacer que sea útil y necesario para otros y así poder tener su sustento? ¿Cuál es el rol del Estado, de la sociedad civil, de los empresarios, de los científicos, en relación al trabajo? El segundo: el hábitat, la vivienda. ¿Cómo garantizar que cada individuo tenga un hogar, su espacio vital en condiciones dignas? La casa es la condición necesaria para la construcción de un proyecto de vida. Sin proyecto de vida no hay seguridad, no hay educación, no hay salud, no hay progreso, no hay sociedad. Por último: la naturaleza. El planeta, es obvio ya decirlo (pero no tanto) hay que cuidarlo. El mundo se ha vuelto inexorablemente pequeño, y cada vez más pequeño. Es una responsabilidad global poner freno a la destrucción de la Tierra. Energías renovables, economías sustentables, protección del medioambiente, integración y convivencia, son consignas que las mayorías democráticas tienen que asumir como parte de su agenda.

Publicada en https://lucianosanguinetti.wordpress.com/

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