viernes 29 de marzo de 2024 - Edición Nº -1941

Información General | 25 ago 2017

¿Y las camaritas?

Ritondo y un atentado increíble que dejó sombras, nada más

El jueves la investigación sobre la desaparición de Santiago Maldonado tuvo un giro esperado, y que dejó en una posición muy incómoda al Gobierno nacional. La causa judicial cambió de carátula, y ahora se lo busca en el marco de una "desaparición forzada". Fue un revés para la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, que con admirable denuedo trabajó en otra dirección que la que indicaba el sentido común: señalaba que Maldonado estaría vinculado a extraños grupos insurgentes, que se lo había visto en el planeta Marte, y hasta se dijo que participó de riñas propias de westerns patagónicos, un nuevo género cuya invención sería el acto más notable de la ex ministra de Trabajo de la Alianza, que quedó en las páginas de la historia de la miseria política por haber tenido la valentía de bajarle el sueldo a los jubilados.


Quien conozca la zona en la que está emplazado el ministerio de Seguridad bonaerense no podría negar que se trata de, quizá, del edificio mejor cuidado y vigilado de la ciudad de La Plata.

Incluso más que la Casa de Gobierno, que desde que asumió María Eugenia Vidal se convirtió en un edificio enrejado lleno de empleados públicos y oficinas del ministerio de Gobierno.

Se sabe que Vidal visita la Gobernación algunos días a la semana, y que prefiere atender los asuntos públicos desde la Casa de la Provincia de Buenos Aires, que está ubicada en la Capital Federal. O en su residencia particular, ubicada en un cuartel lleno de fieles servidores pertenecientes a las FF.AA. y que, en teoría, estarían protegiendo a la mandataria.

Desde que asumió, la estrella inmaculada de Cambiemos no para de crecer en esa cosa inasible y cambiante (pregúntenle sino a Daniel Scioli ) llamada “buena imagen”. Pero también la gestión de la Gobernadora transita por la misma línea de gestión que la de su antecesor en muchos aspectos.

Áreas sensibles como Salud o Educación están, al decir de todos los actores vinculados a esas reparticiones, mucho peor que hace dos años. Será la pesada herencia o cosa ’e Mandinga, pero es así.

El declive bonaerense que inició el hombre de los carteles naranjas, Daniel Scioli, tiene una continuidad insoportable con la actual gestión. Una administración que – se puede especular – es más transparente, pero que también endeudó más a la Provincia (es muy de esta época transparente tomar préstamos para hipotecar a nuestros hijos) y hasta ahora no muestra ningún logro serio que no sea el supuesto proceso de depuración policial.

Un proceso que, vale decirlo, sólo es aplaudido por periodistas beneficiarios de jugosas pautas publicitarias. Desde Elisa Carrió hasta el más novato de los opinadores coinciden en que se trata tan sólo de una nueva fase de la misma conducción que empoderó el íntimo amigo de la familia policial, Daniel Osvaldo Scioli , ex DOS, junto al Prefecto Rodolfo Casal.

Dicho esto, que podría merecer un análisis más minucioso, el tema que no se puede eludir es el del “atentado” “perpetrado” anoche por “desconocidos” justito frente a la oficina de Ritondo. Podía verse ayer en el prime time a “destacados” periodistas que trataban al tema con cara de preocupación y repetían una y otra vez las imágenes de los coches en llamas.

Dos cuestiones:

1) Los episodios violentos de la jornada del jueves ocurrieron el mismo día que cambió la carátula por el caso Santiago Maldonado, tras unos comicios en los que el oficialismo hizo de la lucha contra “mafias policiales” su caballito de batalla, y cuando la ministra de seguridad de la Nación atraviesa cuestionamientos muy fuertes, incluso desde el oficialismo.

2) Cualquiera que conozca en detalle el sitio (2 entre 51 y 53) en el que se prendieron fuego los coches que tanto asustaron al periodismo militante del Pro (Luis Majul, Alejandro Fantino y su mesa de comentaristas, Intratables, TN, Clarín y el resto de surfistas beneficiarios de la ola amarilla), sabría que se trata de una de las cuadras más vigiladas de la Argentina, sin dudas.

Una anécdota pinta claramente el cuadro: este cronista estacionó su automóvil hace unas semanas en la misma playa de estacionamiento, y en menos de dos minutos se acercaron hombres de civil para pedir amablemente que cambie de lugar.

También se sabe que en cada esquina hay poderosas cámaras de seguridad, y que por el lugar circulan de día y de noche decenas de agentes de inteligencia atentos a cada movimiento raro que pueda producirse.

¿Tenemos que creer a pie juntillas que hubo una suerte de Leviatán que llevó consigo casi una decena de enormes bidones de nafta y los colocó prolijamente junto a automóviles que indefectiblemente estaban filmados por cámaras de seguridad? ¿Y justo en una zona abierta, iluminada y con tránsito permanente?

Sólo dos respuestas aparecen como posibles ante semejante intriga político-policial. Una posibilidad es que Ritondo no esté teniendo el ningún control sobre la fuerza, lo que sería grave, muy grave. ¿Quién nos cuidaría a nosotros si el jefe de la policía permaneciera en modo “inseguro” a cualquier hora?

La otra opción, que parece más creíble, es que se trató de un montaje berreta que con sólo un poco de sentido común se hace añicos. Como sea, todo lo que rodea a las fuerzas de seguridad en la Argentina se está pudriendo. No cambió nada. Salvo el montaje, la escenografía, el relato y los jefes de la comunidad de negocios parapolicial. Así estamos, y así vamos.

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