sábado 20 de abril de 2024 - Edición Nº -1963

Información General | 14 sep 2017

Escrita por Emilio Pérsico

La "Carta abierta a la Militancia del Movimiento Evita" que reavivó el debate en el peronismo

El líder el Movimiento Evita expresó los trazos generales de la estrategia que impulsa su sector. Lo hizo no sólo de cara a las elecciones generales de octubre, sino también con vistas a saldar un debate sobre una necesidad que (en la corriente que representa) en vez de mencionar como "renovación" prefieren caracterizar como "reconstrucción" del peronismo. La compartimos con nuestros lectores.


El Peronismo nació como “el” instrumento político del campo nacional y popular para cambiar la historia. Y en su primera etapa lo hizo, consolidando la soberanía nacional frente al imperialismo, promoviendo la industrialización y, sobre todo, reorganizando el país en torno del principio rector de la Justicia Social. Por eso fueron los trabajadores su columna vertebral, porque nadie puede cambiar la historia si no cuenta con los sectores más dinámicos de la sociedad para hacerlo, que son siempre los que más padecen las injusticias del régimen que se quiere transformar.

Y desde entonces sabemos que el Peronismo será eso o no será nada. Aquel Peronismo de Perón, impregnado por la infinita sensibilidad social de Evita y por su empuje sin límites, cambió definitivamente la vida de los trabajadores. No fue sólo la mejora del salario mediante la lucha de un movimiento sindical organizado y fuerte. Fue también la protección de una legislación laboral avanzada y severamente limitativa de las potestades del patrón capitalista y de un sistema de seguridad social que universalizó la jubilación y estableció asignaciones especiales para cada momento importante en la vida de cada trabajador (casamiento, nacimiento, mantención de hijos, escolaridad, etc.). Y fueron la vivienda propia, el turismo social, la mejor educación pública y la posibilidad de acceso a la Universidad de los hijos de la clase obrera. Y la revalorización del Movimiento Sindical como un factor de poder. Fueron la inclusión plena, el fin de la discriminación y el imperio de la dignidad.

Por eso, aquel Peronismo se aseguró la pertenencia, el apoyo militante y la fidelidad electoral de los humildes – y de los trabajadores en particular- durante 70 años. Pese a las dictaduras, a la represión, a los bombardeos y a los fusilamientos. Y pese también a las desviaciones de algunos de sus propios cuadros dirigentes, como Menem en los ‘90 y tantos otros que olvidaron su razón de ser y fueron funcionales a los intereses de los enemigos del Pueblo o se pasaron directamente a las filas de nuestros adversarios.

Sin embargo, bastó que llegara Néstor Kirchner y dijera que no iba a dejar sus principios en la puerta de la Casa de Gobierno para que el Pueblo se sintiera convocado otra vez. Fue una etapa llena de posibilidades que permitió volver a soñar. Algunas de esas posibilidades se aprovecharon y otras no. Progresamos fuertemente en la integración regional pero con cimientos débiles, porque ya hemos retrocedido casi tanto como habíamos avanzado. Frenamos el ALCA pero no transformamos estructuralmente nuestra economía extranjerizada, concentrada en pocas manos y primarizada. Se dio fuerte impulso a una mejor distribución de la riqueza mejorando sustancialmente la situación de los trabajadores “en blanco” e incrementando también el poder de compra de los nuevos pobres, los informales, algunos con relación de dependencia y muchos otros convertidos en trabajadores sin patrón que luchan por subsistir. La AUH y el acceso flexible al beneficio jubilatorio fueron importantes. Tanto como lo fue la ampliación de derechos civiles y la afirmación efectiva de los derechos humanos. Pero a las víctimas de la nueva pobreza no les cambiamos la vida.

Y no pudimos cambiarles la vida porque no advertimos con claridad que lo que había cambiado era la realidad social. Que se había iniciado una etapa nueva y esencialmente distinta. Que el cambio tecnológico disminuye inexorablemente la demanda de mano de obra y que la falta de empleo llegó para quedarse. Que a la economía global la dominan los sectores financieros y que la especulación importa más que la producción. Que los mercados se han vuelto flexibles, volátiles y mutantes. Que la organización del trabajo también ha cambiado, reduciendo los planteles estables y precarizando todo lo demás. Y que, si bien los trabajadores con empleo siguen siendo explotados porque eso está en la esencia del capitalismo, la verdadera cuestión social del siglo XXI consiste en la exclusión de los que no tienen empleo, el surgimiento de una masa de carecientes arrojados a los arrabales de la sociedad y condenados a subsistir en una suerte de submundo sin certezas y sin esperanzas, inventando su propio trabajo, privados de vivienda decente, de condiciones de salubridad adecuadas, de cobertura de salud eficiente, de educación pública ajustada a los actuales requerimientos, discriminados y marginados. Eso es lo que, en su esencia, no llegamos a cambiar.

Nos quedó la sensación de escasez que deja siempre el vaso medio lleno. El sabor agridulce del progreso insuficiente y del fracaso relativo agravado por una tendencia al autoelogio incondicional emergente de la soberbia de unos y la adulación de otros. Y el dolor inmenso de que la derecha representativa de los intereses más altamente concentrados de la oligarquía terrateniente, la nueva oligarquía financiera y el oligopolio mediático, por primera vez en la historia conquistara el poder en elecciones libres, por el voto de la ciudadanía y venciendo a una expresión del Peronismo cuya gestión no bastó para garantizar el apoyo mayoritario de las masas populares. Por eso planteamos la discusión interna y exigimos una severa revisión autocrítica, comenzando nosotros por hacer la nuestra. Concluimos que era imprescindible revitalizar al movimiento nacional y popular, actualizar su óptica, enriquecerlo con nuevas ideas, asumir la nueva problemática para que, de ese modo, aggiornándolo, pudiera recuperar la antigua potencialidad revolucionaria, esa capacidad de transformar el curso de la historia para bien del Pueblo que proyectó al Peronismo, en los años ‘40 del siglo pasado, como la verdadera fuerza política de izquierda capaz de forjar una Argentina nueva.

Pero muchos no entendieron nada. No percibieron que ese debate era imprescindible, que era el camino para recuperar la fuerza perdida y la única manera de garantizar una unidad sólida y sana. No pensaron que todos, hasta el más humilde de los peronistas y el más desamparado de los excluidos, tenemos el derecho a ser escuchados. Propusimos utilizar las PASO como medio para dar el debate y ajustar nuestra visión de la sociedad, mediante un proceso de democracia interna que nos hubiera fortalecido y en un marco fraterno – entre compañeros- que garantizara la unidad ulterior cualquiera fuere el resultado. La única respuesta fue una expresión de altanería y arrogancia, discriminatoria, elitista y políticamente ciega. ¡Con tal de no confrontar ideas hasta se fueron del peronismo! Y el resultado de esa torpeza ha sido esta triste actualidad política, que exhibe al neoliberalismo consolidado como fuerza política nacional y como formador de un sentido común insolidario e individualista que atraviesa transversalmente la sociedad. Y al campo popular fracturado, en desventaja y sin aprender de la experiencia.

De todos modos, nuestra misión y nuestro deber están muy claros. Hemos participado de las PASO y participaremos de las elecciones de octubre para sembrar una semilla con la certeza de que se convertirá en bosque. Hay que recomponer el bloque social que integra el campo nacional y popular y reorganizar la fuerza política que lo exprese y represente. Hay que cerrar la brecha que todavía separa a los nuevos pobres de los trabajadores en blanco. Hay que recuperar a la clase media confundida por la prédica antipopular, temerosa de la inseguridad, indignada por la corrupción y alarmada porque sus ingresos se quedan cada vez más cortos. Hay que ensanchar nuestra implantación entre los productores rurales medios y pequeños. Y hay que explicar pacientemente a los empresarios nacionales que “nadie se realiza en una comunidad que no se realice”, es decir, que su éxito empresarial y su prosperidad no serán factibles en una sociedad con un porcentaje alto y creciente de excluidos y marginados, porque nadie puede sentirse feliz ni tranquilo en medio de una multitud careciente y desesperada.

Las naciones han perdido peso frente a los círculos internacionales que deciden el rumbo de la economía globalizada. Los partidos políticos se han ido desecando hasta casi desaparecer y son una mera formalidad electoral en lugar de las fuerzas vigorosas donde se forjan las grandes decisiones mayoritarias. Nosotros, en nuestro país y desde nuestra modestia, aspiramos a modificar ese estado de cosas. Con la abnegación de nuestra militancia, con la lucidez de nuestros cuadros, con la certeza de reencontrarnos cuando la reflexión y la madurez lo permitan con todos los compañeros y compañeras que hoy siguen por otro camino y con la confianza intacta en la aptitud del Pueblo para labrar su destino, aspiramos a vivir en un estado social y democrático de derecho, basado en la solidaridad, regido por la justicia social y comprometido con el propósito de edificar una sociedad igualitaria. Para lograrlo será menester reconstruir el bloque social y la fuerza política y decidir democráticamente cuáles serán los medios y los rumbos que nos llevarán hasta esa meta.

Tendremos que hacerlo en un mundo en el que el capitalismo otra vez devenido salvaje impera sin competencia, pues todos los modelos alternativos sucumbieron o amenazan derrumbarse. El comunismo soviético -carcomido por sus propios vicios y desviaciones – implosionó. El estado benefactor que imperó en casi todos los países del capitalismo desarrollado se tambalea, desfinanciado y jaqueado por la crisis financiera que desde 2008 los asuela y por la desaparición de la sociedad industrial que lo albergó, así como los partidos socialistas y socialdemócratas que lo impulsaron son especies en extinción. Y las sociedades de bienestar del Tercer Mundo, forjadas por la lucha antiimperialista de los pueblos del subdesarrollo, también caen bajo la impiadosa ofensiva del capitalismo más retrógrado, ahora liberado de los temores que le infundía la expansión del “socialismo real”. Es imprescindible concebir un nuevo modelo alternativo.

Está claro que el mero desarrollo de las fuerzas productivas ya no basta. Crea riqueza pero no proporciona empleo ni para satisfacer a la masa de jóvenes que, año a año, se incorpora al mercado de trabajo. Es así que, entre los de 17 a 25 años, la desocupación generalmente duplica y hasta triplica el promedio de cada país. Ese fenómeno converge con el envejecimiento poblacional y con la prolongación de la vida útil acentuando la insuficiente demanda de mano de obra. Cuanto más genuino e intenso sea el desarrollo, más crecerá la tasa de inversión y más deberá crecer la de innovación tecnológica, para ganar productividad y competitividad (según los parámetros que nos han impuesto) y menor será la de crecimiento del empleo. El desarrollo es indispensable para generar las riquezas que permitan -absorbiendo excedentes – soportar el costo de una sociedad inclusiva. Pero no soluciona por sí mismo la falta de empleo.

Por eso será necesario implementar políticas tendientes a convertir a los beneficiarios de subsidios sociales en integrantes de unidades productivas, poseedoras de un grado aceptable de eficiencia como para atender satisfactoriamente obras de menor complejidad que deberán serles reservadas, como mercados cautivos, bajo supervisión pública. Desde la construcción de vivienda social para urbanizar la totalidad de las villas y asentamientos, hasta el mantenimiento de escuelas y demás trabajos semejantes.

Habrá que crear los organismos públicos de administración mixta – con los movimientos sociales- que den apoyo técnico y financiero a esas unidades productivas, capaciten a sus integrantes y contribuyan a su desempeño.

Habrá que privilegiar, dentro de la obra pública, aquellas que complementen la transformación del hábitat popular, dignificándolo.

Habrá que crear nuevas ocupaciones socialmente enriquecedoras aunque no sean económicamente productivas, como lo es el llamado “empleo verde”, relativo a la preservación medioambiental y todo el que se necesite para expandir los servicios de cuidado de las personas en la plena dimensión de las necesidades existentes e insatisfechas.

Habrá que auxiliar a la agricultura familiar y a la que practican las comunidades de los pueblos originarios para que alcancen razonables niveles de eficiencia y facilitar su acceso directo a los consumidores, abaratando infinidad de productos que integran el consumo habitual de la población, y crear redes de comercialización directa que, a su vez, generarán más empleo.

Habrá que fomentar, mediante el uso adecuado del crédito y de los incentivos fiscales, la radicación de industrias agroalimentarias cercanas a las zonas de producción, acompañando esa política con la construcción de viviendas y el aseguramiento de una infraestructura educacional suficiente como para estimular el arraigo de la población en el interior del país y la descentralización del área metropolitana.

Habrá que promover actividades culturales, deportivas y recreativas que permitan hacer un uso útil del tiempo libre, fortaleciendo los colectivos populares como ámbitos propicios para la creatividad y el disfrute.

Habrá que emprender una transformación integral de la educación pública, con participación protagónica de los gremios docentes y jerarquización de la función que los docentes desempeñan, de modo tal que los hijos de los sectores más humildes de la sociedad se formen mediante una enseñanza de calidad no inferior a la que reciben los que provienen de elites privilegiadas, pues ese es un factor vital si imaginamos una sociedad igualitaria.

Son sólo ejemplos de lo que debimos hacer y no hicimos y de lo que tendremos que hacer en el futuro. En lo inmediato promoviendo una legislación propicia para lograr esos fines, y después desde el gobierno que recuperaremos por voluntad del Pueblo.

Tenemos la obligación de imaginar un futuro distinto. Y ese futuro implica, necesariamente, la transformación estructural que no se hizo. Recuperar lo perdido no basta, porque lo que hay que asegurar es el respeto a la dignidad de la condición humana de nuestro Pueblo, incluidos los millones de hombres, mujeres y niños que hoy han sido excluidos de la posibilidad de tener una vida normal. Los ejemplos precedentes sirven para demostrar que un país distinto y mejor es posible. Estamos apuntando a un modelo alternativo, ni anticapitalista ni procapitalista. La historia dirá cuando el capitalismo será reemplazado por otro sistema más justo. Pero, mientras tanto, nuestro deber es construir la mejor sociedad que sea posible ahora, aunque conlleve una suerte de pacto social implícito como el que permitió establecer el Estado de Bienestar.

En octubre votaremos por eso. Y a partir de allí seguiremos creciendo. Costará esfuerzos enormes; exigirá toda nuestra determinación, nuestro coraje y nuestra constancia; requerirá abnegación. Pero nosotros seguiremos adelante y seremos siempre más. Con los brazos abiertos para recibir a los que antes no estaban y a los que se fueron siguiendo un camino que sólo conduce a lugares donde ya estuvimos y en los que no fue posible transformar la realidad en la medida necesaria.

Por todo esto, nos vemos en el Plenario de la Militancia del Movimiento Evita.

Emilio Pérsico
Secretario General del Movimiento Evita

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