viernes 29 de marzo de 2024 - Edición Nº -1941

Información General | 16 ene 2018

La historia de Matías Olivera

Una de película: mentiras, impunidad, policías indecentes y un “perejil” que vive un calvario

El 27 de diciembre Matías Olivera declaraba por un accidente que había sufrido cuando manejaba una moto, y en el que perdió su vida un amigo de la infancia. En la fiscalía le dieron una constancia para que presentara en el trabajo. Pese a llevar consigo ese documento, lo detuvieron en la parada del colectivos y lo acusaron de un enfrentamiento armado que había ocurrido cuando regresaba a su barrio, un dato que se pudo constatar gracias a que usó su tarjeta SUBE. No obstante, por la fugaz mirada de una mujer uniformada que lo escrutó tirado en el piso mientras lo revisaban, fue acusado, encerrado y castigado por otros presos. Mientras, agentes de la comisaría de Olmos ocultaban la constancia judicial hasta que no tuvieron más remedio que presentarla en el Juzgado. El defensor oficial no mueve la causa, el joven sigue detenido y hasta puede perder su trabajo. Los policías de Olmos se llevaron todos los aplausos por resolver un caso que en verdad sigue impune merced a la mentira de la uniformada que señaló a Matías. Una historia de película que demuestra que en este país sólo van presos los pobres, y si son jóvenes, mejor para las estadísticas.


Matías Olivera tiene 23 años y trabaja en una pollajería de Florencio Varela. Su madre ya no llora por él, pero busca que la escuchen. Pasaron muchos días desde el 27 de diciembre, cuando su hijo fue encarcelado sin derecho a realizar llamadas y esposado a un caño horizontal de la comisaría de Olmos. Allí no había una celda y a los agentes de esa repartición se les ocurrió que lo mejor era dejarlo colgando sujetado por las esposas, mientras la ola de calor que hacía irrespirable la vida en toda esta Región aportaba otro tanto para que las condiciones se asemejaran a las de una lisa y llana tortura, física y psicológica.

El delito que había cometido Matías era llevar una remera del mismo color que la que usó un ladrón que junto a otros tres asaltaron un camión el mismo día en la zona de Olmos. Su mamá, Mirna Arguello, mantuvo con Info BLANCO SOBRE NEGRO un diálogo escalofriante que parece sacado de un thriller sudaca, tercermundano y triste. Sin héroes, pero con varios villanos.

Los hechos, todos comprobables, y que nadie quiere ver en la (IN) Justicia penal

La madre de Matías, Mirna, relató cómo comenzó aquella fatídica jornada que cambió la vida de su hijo para siempre: “A la mañana se encontró conmigo en Plaza San Martín, fuimos a desayunar a un café y me dijo “Mami, me tengo que ir a declarar a las 9.30 al Juzgado". Se fue, hice un trámite y volví a mi casa. Mi hijo trabaja en una pollajería en Florencio Varela . Ese día había pedido permiso para llegar más tarde. Nos despedimos y se fue a declarar por el choque de la moto. Salió a las 11.30 y minutos después estuvo en el estudio de su abogado, un defensor oficial que le entregó el certificado expedido por la UFI para presentar en el trabajo, porque él ya había advertido que ese día debía presentarse a declarar en Tribunales. Era una jornada agobiante, el calor no dejaba respirar a nadie".

“Nos desconectamos porque él tenía poca batería, y yo sabía que estaba por quedarse sin carga. Se fue a la casa de mi otro hijo, que vive acá en Abasto, a llevarse su cargador. Porque él estaba viviendo por unos días en la casa de su hermano mientras buscaba alquiler. En un bolso juntó los objetos de uso diario, que no tienen gran valor, para ir a su trabajo. El encuentro entre ambos hermanos fue inmediatamente posterior a que se presentara a declarar. Llegó, aproximadamente, ente las 12.15 y 12.30”, continuó relatando Mirna.

De acuerdo a los testimonios de la familia y de allegados a Matías, los jóvenes estuvieron media hora conversando hasta que él dijo: "Tengo que irme para Varela porque tengo miedo de que después, si llego muy tarde, no me reconozcan el día en el trabajo”.

El escenario de la charla era el domicilio familiar. La parada donde detuvieron a Matías unos pocos minutos más tarde se encuentra en 520 y 207.

Siempre de acuerdo a lo que testimoniaron familiares y vecinos a info BLANCO SOBRE NEGRO, Matías avisó en el comercio donde trabaja que se dirigía hacia allí.

Cuando llegó a la parada del colectivo aparecieron policías que bajaron violentamente del auto, lo redujeron y lo comenzaron a increpar. “Tirate al piso, ya sabemos quién sos”, le gritaban al oído, pero nunca dijeron su nombre, porque, en verdad, no lo conocían.

Vecinos de la zona vieron cuando lo esposaban y revisaban el bolso que llevaba, donde estaba el cargador de su teléfono, sus documentos y ropa de trabajo .

“Díganme por qué me detienen, tengo este certificado, vengo de declarar en Tribunales, ¿de qué me acusan?", repetía a la vista de todos.

En ese momento llegó un auto sin identificación y una mujer policía con la ventanilla apenas abierta (por el intenso calor que hacía), gritó: “Ah, sí, este es el que nos cagó a tiros”. Matías comenzó a repetir: “Tengo un certificado que demuestra que estuve declarando esta mañana”, aunque no sabía de qué lo acusaban ni de qué se trataban “esos tiros” que mencionó la mujer uniformada. Y segundos después uno de los policías se metió el certificado en el bolsillo sin mirarlo, a la vista de todos.

Y llegó la noche

A Matías lo llevaron a la comisaría de Olmos y lo tuvieron ahí durante 48 horas, como explicamos, enganchado con las esposas a un caño.

“Mientras, nosotros pensábamos que había vuelto a su trabajo y que continuaba con su rutina habitual”, relató a info BLANCO SOBRE NEGRO la mamá de Matías.

Y agregó: “Yo me enteré a los dos días, cuando se presentó una policía en mi casa diciendo que necesitaban hacer un informe ambiental. ‘¿Por qué?’ le pregunté. Entonces me mostraron la carátula del expediente que se había armado para incriminarlo. Lo llamaba a mi hijo, pero daba apagado, fue así durante toda la tarde”, relató Mirna.

Y continuó: “En Olmos y me confirmaron que mi hijo estuvo detenido ahí, pero me informaron que estaba siendo trasladado a la Comisaría Cuarta de Berisso, me dieron el teléfono de ese lugar y lo fui a ver. Apenas llegué me dijo: ‘Me comí un garrón mamá’, y después repetía: ‘Yo sé que voy a salir rápido porque no hice nada y además en el momento que ocurrió el tiroteo que mencionan yo estaba declarando, les di el certificado’. El robo del camión en Olmos fue entre las 11.30 y 12.30 del mediodía, no dan los tiempos para que saliendo 11.30 del centro de La Plata (y en un día en el que había cortes por todos lados por diferentes protestas), llegara a olmos y cometiera el ilícito por el que lo acusan. Tuvo 45 minutos de viaje, y eso se puede verificar porque usó la tarjeta SUBE, que podría demostrar que fue debitada cerca de las 11.45”.

Gracias a una funcionaria judicial que está al tanto de esta increíble historia, pudimos averiguar, incluso, que ya fueron presentadas filmaciones que un canal local realizó en calle 8 y que lo muestran a Martín caminando hacia la parada del colectivo en el momento exacto que, según los policías que lo arrestaron por portación de símil remera y cara de pibe de barrio estaba tirando tiros a lo loco por la zona oeste de La Plata.

Y así y todo Matías sigue preso. Ahora en una celda de la alcaidía 2, pero durante semanas sus familiares tuvieron que comprar máquinas de afeitar, cigarrillos de marca, yerba, y todo tipo de objetos para que los internos de la Comisaría de Berisso le “perdonaran” la vida al “perejil” que utilizó la bonaerense para embellecer sus estadísticas.

Lo confesó uno de los autores del robo por el que encerraron a Matías. “Este es un gil que me vino a hacer compañía, no sé quién es”, comentó apenas ingresaron al calabozo en Berisso. Y el cielo se llenó de nubes para Matías. Ahí comenzó la carrera desesperada de su familia por adquirir lo que pedían extorsivamente los otros detenidos. Ni lo dejaban comer.

Se lo dijo a uno de sus hermanos al momento del traslado a la alcaidía en la que se encuentra todavía: “Me muero de hambre, me sacaron la comida, no como hace dos semanas, por favor llevame algo”, alcanzó a gritar antes de ser encerrado en una camioneta que lo trasladaría hacia el lugar en que increíblemente aún permanece. Por joven, por trabajador y porque tiene un defensor oficial que no “opera” como los abogados de detenidos con mayores recursos.

Es más, ni siquiera, de acuerdo a lo que pudimos comprobar, prestó atención a la causa. Incluso aseguran que el letrado dijo: “A mí si es culpable o inocente me chupa un h..”. Es claro, los defensores oficiales tienen mucho trabajo , como se suele aclarar con algo de razón. El problema es que este pibe detenido tiene mucho golpe, calor, y bronca por haber sido, como se dice en la calle “empapelado”. Y otro dato: no cobra decenas de miles de pesos.

“Mamá, sería un estúpido si estuviera robando y me escondiera en nuestro barrio, y sobre todo en la casa de mi hermano, y más estúpido si después me hubiera ido a tomar un colectivo a la parada, es ridículo”, le había dicho a Mirna su hijo apenas lo pudo ver tras la detención.

Mirna lo repite a cada rato, porque es una verdad que estalla ante los ojos de cualquiera, menos de los encargados de velar por la seguridad de todos y más aún, de impartir justicia.

Si no alcanza con el testimonio de la madre de Matías, con el de sus familiares, con el registro de la tarjeta SUBE, con la filmación que lo muestra en calle 8, con la ausencia de testigos que lo incriminen, y sobre todo con el papelito (la constancia judicial) que acredita que ese día se presentó en Tribunales, quizá alcance con ese argumento que el pibe le repetía a su mamá mientras estiraba sus brazos para alcanzarla tras los barrotes.

Hoy se cumplen 20 días desde que Matías Ezequiel Olivera fue detenido. Alguien debería dar explicaciones y demostrar que no hubo una maniobra artera para implicarlo. Nadie le devolverá lo que ya perdió, pero sus señorías, esos miembros distinguidos de nuestra sociedad que pertenecen al poder que goza de más privilegios, harían una gran contribución si transpiraran un poco sus camisas y se pusieran, aunque sea sin prisa, pero sin pausas, a impartir justicia, que para eso les pagamos con lo poco que tenemos la gran mayoría de los argentinos de a pie.

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