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Información General | 11 feb 2014

Editorial

Sur, kircherismo, ¿y después?

La relación entre kirchnerismo y peronismo nunca ha sido estable, ni ha tenido bordes rígidos. Le emergencia de Daniel Scioli como el (casi casi) candidato del PJ, y su siempre complicada relación con el núcleo duro del kirchnerismo, van adelantando una trama que en los próximos meses será determinante para el futuro de la Argentina. Un debate que involucra a oficialistas y no oficialistas, y que trasciende más allá de las fronteras del aparato político de Gobierno.


El kirchnerismo atraviesa su peor momento. Lo dice la calle, se palpa en el estado de ánimo de su dirigencia, y por si faltaba una confesión de parte, lo dijo Horacio Verbitsky (el escriba más influyente de la década K), en una editorial que, por lo frontal, pareciera dirigida a sacudir la interna kirchnerista.

En su columna del domingo de Página 12 sorprendió a todos con una nota de opinión sin mordazas. Un escrito autocrítico, de retórica punzante y con un cierre sorprendente por su elocuencia.

El desarrollo de la nota no agrega mucho a lo que todos (salvo quienes disfrutan ejercitando cierto pensamiento mágico, o directamente abusando de su propia ceguera) notamos en relación a la larga lista de desatinos que pusieron al gobierno ante nuevos desafíos que nunca había tenido que afrontar.

Lo que el periodista de Página 12 puso de relieve es, según explica, las alternativas que tiene el kirchnerismo hacia adelante.

Gran tema de debate intramuros, en charlas telefónicas, en mesas de café, pero velada absolutamente en los medios, habida cuenta de que para quienes manejan los hilos de la comunicación oficialista, el debate, los matices, y la puesta en movimiento de ideas, constituyen una deformación de cualquier concepción “orgánica” u “organicista”.

Poco se habla de esta “castración” política operada al interior del mundo K, pero cuando se analice esta década a la distancia, no serán pocos los que pregunten cómo se pudo pregonar una sociedad profundamente democrática, con muchas voces, y tabular el debate interno so pena de que el trasgresor sufra el destierro, o sea considerado ajeno al calificado mundo de “los fieles”, o “los leales” del modelo.

Un importante referente en el tema seguridad (de renombre nacional e internacional), que fue castigado por decir algo sin permiso allá lejos y hace tiempo, cuando encontró a un cronista de INFOBLANCOSOBRENEGRO, le dijo, entre risas: “No seas malo, me querés hacer opinar y voy a pisar el palito, porque no estoy de acuerdo con muchas cosas en materia de seguridad, pero trato de ser un ratito funcional”.

Ser funcional, en la jerga, es callar, no proponer nuevos matices ni diferentes puntos de vista. Existe una obsesión casi rayana con la locura por la uniformidad discursiva. Hasta se siguen de cerca los comentarios en las redes sociales como si fueran manifiestos liminares. Créase o no, es así.

LA POLÍTICA “COMUNICACIONALDEL GOBIERNO

Hay una concepción clara detrás de la relación entre el mensaje en los medios y su relación con el ejercicio del poder político. La burda bajada de línea en Fútbol para Todos lo pone en blanco sobre negro: se incurre permanentemente en trocar comunicación con propaganda. La segunda es acotada, de tiro corto, capaz de penetrar a los partidarios propios, pero convence poco, es de baja o bajísima efectividad.

Nace de una concepción muy ligada a la tradición de las izquierdas de todo el mundo, con sus títulos y slogans de gran tamaño y signos de exclamación en cada frase. Provienen de una tradición que ya ha muerto, de sociedades arcaicas, donde la idea compactada y presentada como una VERDAD INDISCUTIBLE era natural.

No queda margen para la duda en los aparatos políticos dogmáticos y ultraverticalizados. Se parte de la creencia de que si no, no funcionan. Que cuando alguien mete una cuña en cierta VERDAD elevada a los altares del dogma , se ralentiza el aparato que guía el accionar político, como si fuera éste una cúpula eclesial.

Hacer eje en la comunicación política y no en la propaganda implica otras cosas. Como se cansó de señalar el sociólogo (y kirchnerista) Artemio López, de Consultora Equis: programas como 678 llegan a un núcleo que está convencido de que lo mejor que le pudo haber pasado en la vida es este gobierno, y no está mal. Pero la política comunicacional no se agota en eso.

Por eso Artemio dice que prefiere ir a discutir a TN, no desde hace poco, desde siempre. Pero trata de no afectar la estabilidad general del cuerpo de ideas oficialista, porque sabe que el pulgar de los talibanes del dispositivo que maneja la comunicación del gobierno no perdonaría tantas observaciones sobre las políticas que se ejecutan.

Ahora Verbitsky nos sorprende con una nota renovadora, oxigenada, que sólo él puede hacer. Porque: ¿quién tiene más espaldas para “bancar la parada”?

Pero el tema central no es que haya aparecido una nota con tono autocrítico en Página 12. Lo que sorprendió es el menú (bastante acotado y simplificado) que propuso en su columna para el futuro del kirchnerismo cuando Cristina deje la Rosada.

Luego de repartir palos a diestra y siniestra, el periodista opinó que existen 2 únicos caminos posibles para que el kirchnerismo transite de aquí en más. Lo leemos:

a): “El kirchnerismo consigue hacer pie en ese núcleo duro inconmovible, llega con un candidato propio a la disputa electoral y se consolida como una nueva identidad política con la que sea imprescindible contar de ahí en más, bajo la conducción de Cristina (ya sea que ese candidato se imponga, por dentro o por fuera del PJ, o que retenga un porcentaje apreciable de los votos, no inferior al 20 por ciento)”

b) “Se diluye sin pena ni gloria y estos años se recordarán con nostalgia como una encarnación efímera del justicialismo, igual que antes el menemismo”.

Esta simple definición, que podría salir, palabras más, palabras menos, de cualquier análisis de mesa de café, no obstante, encierra una clave fácil de descifrar pero inmensa en su contenido y potencia.

Propone una dicotomía que deberán definir los actores del kirchnerismo, y que ya están definiendo poco a poco, sin esperar a nadie: o esperar el silbato de la Presidenta señalando el nuevo norte, o empezar a construirlo con cierto grado de autonomía.

En síntesis, Verbitsky dice, reflejando el pensamiento del ala más dura del cristinismo, que el kirchnerismo o se consolida como un espacio o partido nuevo, o se diluye en el PJ. Y encima le agrega: “Sin penas ni gloria”.

Es una disyuntiva de hierro. Un obturado debate que supura la herida que dejaron las elecciones de medio término que perdió el FPV en la Provincia.

EL INTERIOR DEL INTERIOR DEL KIRCHNERISMO

Quienes conocen las roscas y la intrincada trama de acuerdos, relaciones y (des) lealtades en el oficialismo, saben que además de soportar un pésimo momento político, los acólitos de Cristina deberán redefinir de qué hablamos cuando hablamos de kirchnerismo, qué pasa con los dirigentes nacionales de buena relación con la Rosada pero de pésimo vínculo con el grupo más chico, identificado con La Cámpora, que tiene a su alcance gran parte del tablero de control, al menos por estos días,

Néstor Kirchner se hartaba de repetir que lo peor que podía pasarle al gobierno era que la sociedad se polarizara como en Venezuela. Por eso siempre miró al PJ como una herramienta propia, y fue capaz de contener hasta al diletante Hugo Moyano.

Muchos kirchneristas de último momento le pedían que construyera “la tropa propia”, pero él íntimamente confesaba que había que tener una silla vacía para todos, que el inmenso universo del peronismo no podía transitar otro camino que no fuera el que transitara su gobierno. Para Kirchner no había peronismo sin kirchnerismo, y viceversa.

Cristina Fernández, por el contrario, creyó necesario consolidar la tropa de “los leales”, y empoderó a la agrupación de su hijo con lugares de alta jerarquía, entre ellos las áreas ligadas al sistema de medios oficial.

Néstor quiso conducir al peronismo realmente existente, la Presidenta fortaleció un núcleo duro para que hegemonizara el proceso político y se llevara consigo al peronismo, pero en condiciones desiguales, de sujeción, disciplina y obediencia ciega.

Claro está que tamaña equivocación no tardaría en prender el fuego, y llegado el cierre de listas de las últimas PASO, la rebelión de los gobernadores e intendentes, que ya no soportaron que les metieran a una prima hermana del amigo del pariente de uno de La Cámpora que es amigo de Máximo, e invirtieron la ecuación.

Entonces las listas se armaron “teniendo en cuenta” a candidatos de la Rosada, y no al revés. Ya algo estaba roto. Sergio Massa picaba en punta, y con él una porción de peronismo nada desdeñable y cada vez más grande.

Y Daniel Scioli, el sospechado, el portador de sangre impura, se tuvo que poner la campaña al hombro y terminó de sembrar su candidatura. Él y no otro es el kirchnerista más popular, lo saben todos, aunque en el juego de la política se tiren nombres a granel.

En torno suyo descansa la esperanza de una parte, sino de la mayoría, de los que estuvieron con Néstor Kirchner bajo el sol y bajo la lluvia, y desde el duro inicio de su mandato.

Pero a Horacio Verbitsky, Daniel Scioli no le parece una opción. Es diluirse sin pena ni gloria, como dice en su editorial. Ahora bien. ¿Cuál fue el sujeto que gobernó esta década, y produjo transformaciones tan importantes? ¿El Partido Intransigente? ¿Quién puso los votos para que Néstor primero y Cristina después aprobaran leyes que parecían imposibles? ¿Quién le dio sostén y gobernabilidad a esta gestión durante una década?

Verbitsky sueña con un kirchnerismo puro y blanco, y sobre todo, alejado del barro de la política real. Imagina un aparato político con más definiciones ideológicas, más previsible, más parecido a un partido socialdemócrata renano.

Es el sueño de otros tantos que también fogonean con ese horizonte. Un kirchnerismo que contenga a esa “minoría intensa” de la que tanto se habla, y conserve una cuota de poder en ámbitos parlamentarios, sobre todo. Propone volver a un FREPASO renovado y diferente, pero que ocupe un lugar en la centroizquierda, como el que ocupó el partido de Chacho Álvarez durante los 90.

Scioli podrá tener contradicciones y una clara diferencia de estilo y de gestión con Cristina. Le fue fiel, quizá por conveniencia, pero ¿en política no es moneda corriente el oportunismo? ¿Cuántos van buscando nuevos horizontes, pensando en “el día después” de que CFK deje de gobernar?

¿Cuántos presienten que la idea de mantener un núcleo duro ultra K que vaya a elecciones es correr el riesgo de que una elección polarizada le ponga certificado de defunción a la década ganada?

Por ahí, en esos devaneos anda el kirchnerismo. El Gobernador suma jugadores pesados en su equipo. Su vicegobernador Gabriel Mariotto se alistó detrás de su proyecto presidencial, quizá a sabiendas de que le tocó hacer el papel de comisario político y después a la hora de los premios nadie se acordó de él, ni del capital simbólico que puso en juego haciendo las “tareas” que le pedían desde Balcarce 50.

EL Movimiento Evita hace rato que tiene una relación cordial con el ex motonauta. El sindicalismo que todavía habla con el poder político formal, también lo ve como quien finalmente funcionará como ordenador de la nueva etapa política postkirchnerista. Los intendentes de la Provincia que reportan a la Rosada, también.

Verbitsky quiere escapar, salirse de ese camino, y llevarse con él a una parte de esa “minoría intensa” que llena la Plaza de Mayo cuando es convocada. Por eso comenzó a instalar el debate.

Por su parte, Scioli sabe que es candidato del kirchnerismo aunque tiña todo de naranja para mostrar un perfil propio. Y es conciente de que o se lleva con él al grueso del oficialismo, o no le va a alcanzar para pelear con lo que tiene.

No puede ser “parte”, tiene que conducir a todos, por eso es capaz de mostrase con Mario Blejer y al rato exaltar a Amado Boudou. Sabe que el peronismo es un come todo sin fronteras, y necesita sumar.

Emilio Pérsico dijo en TN (¡oh, en TN!) que no podía ir a los barrios y decir que alcanzaba con seis pesos para comer, que no puede mirar a los ojos a sus compañeros y mentirles así.

Pero él tiene otra responsabilidad y otra estrategia que la que expresa el periodista de Página 12. Pérsico no criticó al INDEC por gusto, sino por necesidad, por responsabilidad, por decoro, por respeto a su base social. Los que no la tienen cuentan con un espacio más laxo y más lábil para planificar su propio futuro.

Este año el debate que el kirchnerismo deberá dar es en torno a la sucesión de la Presidenta. Algunos, los que se definen como “los leales”, más beneficiados por el reparto de cuotas de poder pero al mismo tiempo menos insertos socialmente (algo que alguien debería explicar alguna vez, o estudiar por lo menos), quizá se dejen llevar por la corriente neofrepásica que propone el escriba de Página 12.

Abajo, donde el barro todo lo ensucia, donde los más pobres reproducen sus relaciones sociales históricas con el puntero, el concejal o el intendente, la “pureza” kirchnerista que Verbitsky quiere preservar cotiza menos.

Todo intento, sea de quien sea, por retrasar esa definición, refleja la ilusión de creer que el proceso de transformación que encarnó el kirchnerismo fue obra de una elite que condujo los destinos de la Nación contra la voluntad del peronismo, o “a pesar de” el peronismo.

Mientras Sergio Massa y los referentes de la oposición “progresista”, cosechan el descontento que conlleva todo proceso inflacionario. Aseguran mirar con calma porque las encuestas y el pulso de la calle los deja tranquilos, llenos de esperanza.

En el kirchnerismo todavía no está saldado cómo salir para adelante ni muchas otras cosas. Quizá porque, saben los conocedores del movimiento que creó Perón, todo se ordena siempre que haya uno que hegemonice.

Los talibanes del kirchnerismo eluden ese desafío. Van por el “partido del 20 por ciento” (como dice el artículo mencionado). O quizá, finalmente, sucumban a regañadientes ante el realismo que emana del poder territorial. En breve se verá.

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