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Información General | 13 feb 2014

Ensenada

En su día, guardavidas de Punta Lara nos cuentan qué historias se escriben entre la gente y el río

El 14 de febrero es el Día del Guardavidas. Por lo menos acá y en el resto de la Argentina (salvo Mar del Plata), es esa la fecha con la que se reivindica la labor de estos especialistas, para cuya labor entrenan todo el año, y por la cual nadie se hace millonario. Un oficio al servicio de los demás.


Cuando se piensa en la labor de los guardavidas el imaginario colectivo los relaciona con aquellos estereotipos que solían mostrarse en viejas series o películas, como Baywatch.

En esos escenarios, hombres musculosos y tirados al sol vivían aventuras donde nunca faltaban finales con bellas mujeres, y el protagonista se convertía en una especie de héroe viviendo en estado de naturaleza.

La realidad en la Región es bastante diferente. Gente que se desmaya por la ingesta de alcohol y debe ser rescatada, jóvenes irresponsables que se internan al río desconociendo cualquier tipo de advertencia, situaciones de peligro, y muchas tareas más hacen al trabajo de los guardavidas de Punta Lara.

Gente noble, que disfruta de la naturaleza, pero que por sobre todo tiene una vocación de servicio que se pone a prueba todos los días. Los vecinos los quieren y la gente los necesita. Piden que su tarea sea puesta en valor en una dimensión más amplia, como rescatistas. Algunos ya forman parte de un equipo preparado para asistir en caso de grandes inundaciones como la que soportó La Plata hace casi un año.

“Es un trabajo que nos da mucho placer, pese a las dificultades que se puedan presentar”, nos explica Matías Tombazzi, guardavidas que realiza su trabajo en Punta Lara.

Cuando Matías habla de dificultades, la lista puede ser muy variada. Para ellos, no sólo se trata de tirarse al agua y sacar a una chica de 20 años que pesa unos 60 kilos. En Punta Lara pasa de todo, como en todos lados donde hay bañistas, pero un poquito más.

“Lo de que tenemos éxito con las mujeres es un mito… relativo”, dicen riendo sus compañeros del puesto. “La verdad es que no tenemos tiempo de relajarnos mucho, porque en este balneario viene gente que tiene costumbre diferentes que en la costa atlántica, y entonces el trabajo es diferente también”, explica Ramón Pereyra, quien además de desempeñar su rol en estas costas, durante el invierno cuida un natatorio en Madrid.

“Acá el gran problema del alcohol determina todo el comportamiento social, hay un abuso fuera de lo común, y eso hace que la gente se comporte de modo más irresponsable”, nos cuenta Matías.

“No es poco frecuente que alguien aparezca flotando ahogado porque se desmaya luego de beber durante horas al rayo del sol, y contra eso nadie puede hacer nada. De repente una persona que está con el agua en la cintura aparece flotando porque se desmaya. Prevenir esos decesos es imposible”, explica el joven, que además integra una ONG que realiza actividades en torno del rescatismo, y con un grupo con colegas convocados por la comuna recorre La Plata ante cualquier anuncio de lluvias abundantes que pudieran causar una nueva inundación.

Por eso Matías insiste en que su trabajo no es sólo rescatar personas que nadan en aguas abiertas. Está contento porque, dice, de a poco se va tomando conciencia de la integralidad del trabajo que realizan.

Ramón, su compañero, señala las diferencias que contrastan en los encuentros con guardavidas de todo el país: “En la costa atlántica, o en España, donde trabajo en invierno, el bañista agradece el trabajo de uno. Acá también, pero mucha gente que sobre todo viene de los distritos del sur del conurbano, no conocen la peligrosidad del río, nadan mal, algunos son muy imprudentes, beben en exceso y cuando los rescatamos, incluso, a veces se enojan con nosotros”.

El alcohol está presente demasiado, lamentablemente, en el relato de todos los guardavidas de la ribera bonaerense, y en los testigos que ponderan la infinita paciencia de los rescatistas a la hora de tratar con gente que se violenta con el uso y abuso de drogas y bebidas, o pierde el control sobre su propio cuerpo.

Cuenta Ramón que hace un mes “una piba que tenía un buen estado atlético, y parecía nadar bien, tuvo la osadía de tirarse al agua una tarde de río picado y cuando quiso salir, se dio cuenta de que el agua la sacudía contra las rocas del murallón. En conclusión: terminó con la rodilla abierta hasta el hueso y tuve que llevarla hasta el Hospital Cestino con ayuda de la policía”.

“¡Debe ser impresionante ver una rodilla en carne viva sangrando así, no?”, le preguntamos. “Mirá, a mí ya nada me causa impresión”, nos respondió. “¿Ni la muerte de un niño?” , insistimos. “Mirá, hace años que trabajo en esto, ya he visto de todo, soy un profesional ciento por ciento, la experiencia va mejorando cada vez más a cualquier guardavidas que tenga una vocación real por este trabajo”, explica.

Cuando nos despedíamos, uno de ellos comenzó a advertir a un joven bañista que el río estaba picado, y le pidió que no se alejara. El pibe volvió a acercarse a la costa. Pero no siempre es así, y por eso están ellos, que en las populosas playas de Punta Lara, son guardavidas y algo más. Mejor dicho: son guardavidas y mucho más, trabajadores de un oficio en el que, como médicos de terapia intensiva, a menudo se codean con la muerte o conmemoran la vida.

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