martes 19 de marzo de 2024 - Edición Nº -1931

Opinión | 1 ago 2020

El "Padre" Raúl Anatol Sidders

Testimonios sobre un cura medievalista de La Plata, el sacerdote que prefiere adolescentes

En 2013 lo mencionamos en una nota por declaraciones que agredían a las mujeres que pedían que cesara la violencia machista. El movimiento feminista comenzaba a a hacerse sentir con más fuerza y el sacerdote Raúl Sidders estaba irritado. Por eso había calificado de “loquitas”, “chirusas” y “yeguas” a quienes lazaran su voz. Pero se sentía, según atestiguan ex alumnos, con el derecho de abusar de los varones del San Vicente de Paul.


Muchas generaciones del San Vicente de Paul, la escuela católica ubicada en diagonal 80 y 115, lo conocieron de cerca.

No era un cura cualquiera, sino un verdadero sacerdote militante. Su utopía era que el mundo entero retrocediera hasta la edad media. Lanzaba diatribas contra la Revolución Francesa, y a los chicos les advertía que “Mariano Moreno era agente inglés, y Manuel Belgrano también”. Todo en un colegio subvencionado por el Estado. Eso les inculcaba.

La palabra “facho” se usa indiscriminadamente, a la ligera, y ya se convirtió en un adjetivo calificativo de tono muy despectivo que revolean a mansalva aquí y allá. Pero el terrible Sidders era un fascista hecho y derecho. Quien haya estudiado la filosofía que subyacía a ese movimiento del siglo pasado lo advertiría fácilmente con sólo escuchar algunos de sus mensajes.

Dentro de la institución gobernaba con puño de hierro. En la época que mencionamos al inicio de esta nota era un rockstar de la derecha rancia de la Ciudad. Y antes también. Incluso, en 2013 un grupo de alumnos y alumnas intentó formar un centro de estudiantes. Miles de jóvenes se integraban a la participación política en aquel año, y aunque se trataba de un colegio privado hubo un puñado de adolescentes que hicieron el intento. Nunca pudieron contra Sidders. “Hola montonerita” le susurraba a una chica de 16 años que formaba parte de ese núcleo. Pero a los varones lo trataba con más respeto. Y con más atención.

Es más: los llevaba a “retiros espirituales” que tenían, según confesó a este portal un testigo de aquellas jornadas, un sólo requisito: el silencio. “Nadie puede contar nada” era el lema que se les repetía a los pibes que salían de viaje con el cura pedófilo. Muchos testimonios permanecieron ocultos hasta que algunas de sus víctimas rompieron el silencio.

“Ustedes, las mujeres, lo único que saben es comer, dormir y coger” dijo el “padre Raúl” entre risas, mientras se presentaba a una de las divisiones del secundario en ausencia de la profesora. “Eso fue en el primer día de clases. Quedé impactada”, recuerda Antonia, exalumna del Colegio San Vicente de Paul de La Plata. Los exalumnos varones recuerdan al sacerdote del colegio como “Frasquito”, el cura que les hacía preguntas fuera de lugar durante la confesión y los obligaba a masturbarse para guardarse su semen en frascos. Esos testimonios fueron publicados por el sitio prensaobrera.com.

El mismo sitio cuanta la historia de Ana, madre de un ex alumno del colegio. "Juan no podía creer lo que comentaban los jóvenes acerca de las depravadas prácticas sexuales de Sidders. A partir de ahí, todas las piezas empezaron a encajar. Mi hijo fue a esa escuela desde tercer grado hasta tercer año del secundario. Yo noté cambios en su conducta en la preadolescencia, entre los 11 y 12 años. Se rateaba, se quedaba dando vueltas por el centro solo, no quería estar en la escuela. Tuve charlas con él, lo llevaba al parque para preguntarle qué era lo que pasaba, y él lloraba. Me decía que no le pasaba nada, pero lloraba. Decidí llevarlo a terapia, tuvo dos terapeutas distintas. Nunca pensé que pasaba algo en la escuela”.

Además, Prensa Obrera agregó: “Estando en tercer año, Juan le dijo a su madre que no quería ir más a la escuela, y dejó el San Vicente. Ana, al día de hoy, se lamenta. “Siento culpa por no haber podido ver lo que le estaba pasando a mi hijo. Con lo que contaron sus amigos no me quedó duda de lo que hacía. Una excompañera de trabajo, que fue al mismo colegio me contó lo que pasaba en el momento de la confesión, exactamente lo mismo que habían dicho los chicos en mi casa”.

Hoy, este terrible pederasta con carnet de cuidador de adolescentes no paga ninguna culpa. Fue trasladado a principios del 2020 a Iguazú, Misiones, donde forma parte de la cúpula de la Iglesia de la provincia y presta servicios otra vez como capellán de Gendarmería Nacional. “Aún peor, se encuentra haciendo obras en una iglesia donde funciona un comedor de niños, con quienes está en permanente contacto”, aclaró el sitio mencionado.

Pero antes de llegar a Misiones, el depravado sexual anduvo suelto en Neuquén. Allí el Equipo Diocesano de Pastoral Aborigen pidió a la Gendarmería, en 2018, y al obispado castrense también, que ordenaran su retiro.

Estaba haciendo desastres en la zona de los lagos Paimún y Huechulafquen, donde había levantado una capilla sin autorización de las autoridades eclesiásticas. En toda la zona se comentaba que el cura perseguía niños mapuches,de familias vulnerables y aisladas geográficamente.

Por eso el Equipo Diocesano de la Pastoral Aborigen explotó de rabia cuando Sidders comenzó a instalarse: “Creemos que se trata de un proyecto personal que nada tiene que ver con la historia ni con el presente de la Iglesia neuquina, y de su permanente actitud de acompañamiento a las comunidades mapuches y a su lucha”.

En 2017 se había mudado a esa zona alejada de las denuncias que pesaban sobre él. Incluso, conociendo los antecedentes del cura depravado y medievalista, la Asociación de Trabajadores del Estado (ATE) pidió que lo sacaran de esa provincia. Lo mismo reclamó la confederación de organizaciones mapuches.

Con la misma pose de oficial del ejército prusiano, sus indescifrables muecas y aquel trato concupiscente con los varones que lo admiraban y le temían, ahora disfruta de su rol de capellán de Gendarmería Nacional. No es poco para tanta perversión. Ambas instituciones, la Iglesia y la Gendarmería podrían, y deberían, explicar lo suyo. Lo contrario sería pura complicidad.

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