jueves 28 de marzo de 2024 - Edición Nº -1940

Información General | 23 mar 2014

por Federico Tártara

Cuando la corporación medica mata: la historia de Sapito Ruiz

Humberto “Sapito” Ruiz murió en la Villa 31 el 5 de abril de 2011, luego de que dos ambulancias del SAME se negaran a atenderlo dentro del barrio. Mientras se juzga las dos médicas, la defensa intenta demostrar que el deceso era inevitable


En la mañana del 5 de Abril de 2011 Miriam Luna sube los 90 kilos de su cuñado Humberto Ruiz sobre una puerta de madera. Luego, ayudada por familiares, atraviesa con la improvisada camilla unas 40 cuadras por el interior de la villa 31 de Retiro. Va al encuentro de una ambulancia que está del otro lado del barrio, cuando llega, no hay nadie. De la boca de Sapito, así era conocido por sus amigos, ya sale espuma blanca.

Antes, mucho antes, durante la madrugada, otra ambulancia que fue convocada tampoco quiso entrar, pese a que los vecinos se ofrecieron a custodiarla y pese a que la policía, en una actuación inédita en esa zona, también cumplía con su trabajo. Eva Celia Rodríguez, con sólo ingresar y haberle inyectado al paciente un medicamento especial para calmar convulsiones, le habría salvado la vida. La otra doctora, que concurrió pocas horas después, tampoco quiso atender a Ruiz. Era Marcela Susana Tela, quien este viernes, durante la lectura de la sentencia, lloró desconsoladamente.

Rafael Ruiz, hermano del fallecido, no puede controlar las lágrimas que surcan lentamente su rostro curtido por el sol, cuando se apoya temblorosamente contra la pared de la Sala C, del segundo piso del Juzgado 24. Habla y dice: “Nosotros nos ofrecimos para acompañarlos y ellos no quisieron entrar a la Villa. De la entrada del Correo “viejo” a mi casa hay unos 150 metros. Hasta la policía dijo que los acompañaba”.

Cuando finaliza el juicio una de las médicas dice para todos: “Qué voy a hacer con mi trabajo, quién me va a contratar”. Durante toda la audiencia la sala estuvo repleta de personas con ambos blancos y azules. También lloran. También se abrazan. En la puerta del lugar varios profesionales se encuentran discutiendo. Reclaman que se sancione a los “responsables del sistema sanitario”. De Humberto “Sapito” Ruiz nadie dice una palabra; de su evitable muerte, nadie tampoco. Entonces un familiar pregunta a los cuatro vientos mirando al grupo: “¿Quién nos devolverá la vida de Sapito?”

Durante el juicio que fue conducido por la Jueza María Elana Dotti, las médicas responsables del operativo recibieron la condena de 3 años de prisión en suspenso, 2 años de trabajo comunitario y 2 años de inhabilitación en su cargo, la querella había pedido el doble de pena y casi el triple para el cese de sus funciones. En la lectura de la sentencia, Dotti, concluyó que lo actuado en esa fatídica noche fue “abandono de persona seguido de muerte”.

Ante una cámara de TV y dos grabadores de periodistas, Miriam, cuñada de la víctima, transmitió su dolor, dijo: “Yo sufrí personalmente la discriminación, a mi me trataron de “negrita”, porque claro… como yo vivo en la villa… lo tuvimos que sacar a mi cuñado con una madera, nos trataron como perros, lo dejaron morir, ellos lo mataron”.

Las pruebas presentadas por la querella (audios de la frecuencia policial y del SAME) fueron importantísimas para que la magistrada condene efectivamente a las profesionales. Las médicas esgrimieron que se negaron a ingresar a la villa por temor a ser asaltadas, aunque nunca presentaron ninguna denuncia por el hipotético hecho.

Sergio Larrosa Gerez, el abogado de la familia de “Sapito” Ruiz, declaró: “Nosotros vamos a apelar, porque más allá de que hubo una condena no estamos de acuerdo con el poco tiempo de inhabilitación”. A lo que agregó un certero análisis:“Las imputadas faltaron a su deber por sus prejuicios discriminatorios y por eso, cometieron un delito. Este caso podría sentar precedente ante denuncias por hechos similares”.

Para la corporación médica hay ciudadanos de clase. Y los más humildes son privados de la atención primaria, por pertenecer al último eslabón de la cadena. Y con eso alcanza. Para ser peligrosos y para morir, también.

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