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Información General | 31 mar 2014

Opinión

Linchamientos o Justicia: una sociedad donde se festeja la muerte

Hace casi una semana un joven de 18 años, David Moreira, arrebató la cartera de una mujer que caminaba junto a su bebé. Los vecinos lograron detenerlo, pero en vez de entregarlo a las autoridades lo molieron a palos. Fue un acto colectivo sin censuras: lo castigaron hasta hacerle perder parte de su masa encefálica. Ya murió, por supuesto.


Luego de la muerte de Moreira, otro hecho similar ocurrió en el barrio de Palermo. La “justicia por mano propia” se volvió a aplicar cuando un grupo de personas atacaron a patadas a un supuesto carterista. Diego Grillo Trubba, un testigo involuntario del hecho, lo contó en una serie continua de tuits.

“Ocurrió en Charcas entre Coronel Díaz y Billinghurst. Yo acababa de bajarme del coche de mi jefa, que me había acercado a casa. Al principio, de lejos, lo que se veía, era eso, un tumulto de gente. Personas que de repente entraban corriendo hacia un edificio”. Sigue: “Ahí, un tipo grandote con uniforme de portero estaba arriba de un pibe de unos 16/7 años, inmovilizándolo. De repente, una de las personas del tumulto se acerca corriendo y le mete una patada en la cara al pibe. Los otros que entraban y salían debían haber hecho lo mismo, porque el pibe ya estaba con la cara medio deformada”, comenzó a relatar.

Lean esto: “Para que se entienda: de la boca le salía un río de sangre que primero formaba un charco en las baldosas y luego un reguero hacia la calle. Cada vez que el pibe daba signos de que recuperaba la consciencia, alguien salía de la multitud y le pateaba la cara. En el medio de todo esto, el portero (supongo) teniéndolo fijo contra el piso. Medio porque me asqueaba la cara del pibe, miré hacia la gente. Estaban todos sacadísimos”.

Y el final del horror: “En el medio, obvio, seguían pateando al pibe. Algunos en la cara, otros en las piernas. Una mina de unos 55/60 años se acercó corriendo y empezó a gritar “¡Lo van a matar!, ¡paren que lo van a matar!”. Era como ver animales. En los gestos no había restos humanos. Uno de los que lo pateaba hasta tenía un hilo de baba colgando de la boca. De repente uno de los que pateaba se apartó para tomar aire. Se sentó en el cordón de la vereda. Tenía unos 30/35 años. El pibe alza la cabeza. Tenía los ojos llenos de lágrimas. Me dice “le afanó la cartera a mi mujer, el hijo de puta””.

Las crónicas dicen que luego la jauría enfurecida se fue dispersando y este pibe sí sobrevivió.

En INFOBLANCOSOBRENEGRO no nos dedicamos a hacer periodismo de periodistas. Vamos a hacer una breve excepción: el portal de un canal de noticias que representa al grupo comunicacional más importante de la Argentina, cuando ocurrió el linchamiento en Rosario, puso en un título del tamaño de una marquesina: DAVID MOREIRA ESTE ES EL “POBRE PIBEQUE ROBO EN ROSARIO.

Nótese la forma de mencionar al muerto: el “pobre pibe”, con un dejo de ironía, desprecio y sarcasmo. Nos quisieron decir: “Pobre las pelotas, era un hdp”. ¿Cree que no fue con esa intención, estimado lector? Lea la nota completa. La imagen acompaña esta nota.

En las redes sociales la noticia se deslizó de Facebook a Twitter, y entre los usuarios, a toda velocidad. Se festejó, y mucho. Se celebró, con la misma alegría que cuando el histriónico Eduardo Feinmann dijo, a propósito de un abatido: “Se murió el ladrón: uno menos”.

El debate por la seguridad, o por la inseguridad, como Ud. prefiera lector, tiene múltiples aristas. Los especialistas se arrojan bibliotecas unos contra otros, y no son pocos los pertrechos: centenares de argentinos y extranjeros contraponen sus pensamientos filosóficos, los datos duros de las estadísticas, el inmenso relato de la Historia y la cosmovision del mundo que subyace a cada autor.

Los medios de comunicación suelen ser una sensible caja de resonancia de las noticias policiales. Puede haber guerra en Crimea, puede condenarse a un ex represor que ordenó secuestros, violaciones, y muerte de miles de personas. Pero la “gran noticia policial” paga como ninguna. La desgracia de Carolina Píparo fue material que sirvió de regocijo a muchos periodistas. Pero la familia de Luciano Arruga, muerto a manos de la bonaerense, casi no se conoce.

Todas son tragedias. Las que tienen como responsables a los agentes de la policía bonaerense, de la Federal o de cualquier fuerza de seguridad. También la de ciudadanos comunes que sufren la inseguridad. Y la muerte de un efectivo en servicio o fuera de él. Es demasiado obvio tener que aclararlo.

Aclaro, estimado lector, (antes de que algún ocasional y probable prejuicio nuble su la capacidad de análisis, si es que ello fuera a ocurrir) que quien escribe estas líneas no vive en Suiza. Hace una semana fue robado en su domicilio, casualmente. Y tiene un largo derrotero por contar al respecto, donde se puede incluir violencia física hasta amenazas a punta de pistola.

También quien escribe estas líneas suele repetir cómodamente al igual que el 99,99 por ciento de los argentinos que ama la vida, y que el bien a preservar por sobre el resto es ése: “la vida”. No hay automóvil, joya o dinero que la reemplace, es un poco estúpido tener que repetirlo a estas horas de la historia, la que se escribe con letras minúsculas, la del debate cotidiano y las del morbo impúdico e individualista.

No va a encontrar en estas líneas, estimado lector un análisis sesudo sobre las causas del delito. En pocas palabras, lo que intenta es poner en blanco sobre negro una tendencia reeducativa, en cierto modo reformista, que se percibe entre sectores de la sociedad incuantificables pero de mucha influencia sobre la construcción del sentido común social, de nuestra cultura, de nuestros valores.

El linchamiento se publica, se comenta, se difunde, se fotografía y se relata, PERO NO EN TONO CRITICO, INCLUSO, COMO SE DEMOSTRÓ EN EL TÍTULO DE TN, CON CIERTA CONCUPISCENCIA.

Son individuos que aman la vida, por lo menos la de ellos y la de los suyos, y de las personas que ellos consideran dignas de conservarla. ¿No arremeterían contra un grupo de hijos de desaparecidos que le desplazaran la masa encefálica al ex comisario Miguel Etchecolatz, culpable de mucho más que el robo de una cartera?

Nadie entraría en “estado colectivo de emoción violenta” al ver transitar a un estafador, un ladrón de guante blanco o un (a ver, pensemos…) al acusado de tener participación directa o indirecta por el crimen de la pobre Candela Sol Rodríguez, secuestrada, ultrajada y asesinada por una banda mixta de narcos y policías bonaerenses, según las pesquisas oficiales.

Ni hubo justicia por mano propia en los casos de la pequeña Candela, del pibe Arruga, o del amenazante ex comisario Etchecolatz (que despidió a los familiares intimidándolos con un gesto en su cuello).

Hace falta que se conecten los hechos con los miedos sociales, se los ponga de relieve, se los magnifique y finalmente, se los presenten a la sociedad de manera tal que los individuos se identifiquen con las víctimas.

La pobre mujer a la que la fue arrebatada la cartera “es igual a cualquiera de nosotros”, diría Feinmann. El Ladrón no. ¡Por supuesto que no!

Tampoco los policías bonaerenses que interrumpieron la joven vida de Luciano Arruga, o de Miguel Bru. Pero a ellos no se los lincha, porque el individuo atomizado y lleno de miedo observa frente a la TV a una víctima que puede ser cualquiera de nosotros, o le hacen creer eso, o quizá pueda serlo.

Muy pocos son capaces de sentirse identificados con la familia de Arruga. Por miles de razones. Vale el ejemplo con otro objetivo que analizar identificaciones y demás aspectos psicológicos. VALE PORQUE, MÁS ALLÁ DE LAS CAUSAS QUE SE ESGRIMAN, NO PRODUCE CONMOCIÓN PORQUE EL VALOR DE LA VIDA VUELVE A SER APLASTADO POR EL AMOR A LA PROPIEDAD*. Por el valor que se le otorga a esa cartera que se estaban llevando.

Desde siempre se puso en tensión lo mismo: qué está primero, cuál es el derecho principal a preservar a resguardar. El linchamiento no resuelve nada, incluso, en un acto de arrojo que sabrá disculpar, estimado lector, diremos que los salvajes que hicieron puré con la masa encefálica del ladronzuelo de carteras están profundamente arrepentidos. NINGUNO HABLÓ DEL LINCHAMIENTO EN PÚBLICO, NINGUNO SE ARREPINTIÓ, LOS MEDIOS NO SE CONMOVIERON, NO INVESTIGARON, LA NOTICIA PASÓ Y ESTE LUNES EL TEMA ES EL CLÁSICO QUE RIVER LE GANÓ A BOCA.

Quien escribe estas líneas no es jurista. Tampoco ha sufrido la muerte de un familiar por actos de violencia. Pero es, como Ud., hijo de estos tiempos y de los anteriores, de la era que abrió la Revolución Francesa, con su idea de igualdad, de libertad y de fraternidad. Y de Justicia, por supuesto. Todos somos portadores conscientes o inconscientes de los valores que se desprenden de la Declaración Universal por los Derechos del Hombre. Y nacimos sabiendo que ante “la bolsa o la vida”, lo primero era la vida.

Si la sociedad no encauza un debate serio y sin prejuicios sobre estos dos casos recientes de linchamientos, seguiremos hacia adelante, por supuesto. Pero con anteojeras, “como caballo de sodero”, decían los más viejos. Porque es tan horroroso el caso Píparo como el caso del pibe al que le aplastaron la cabeza a patadas. No hay “indignación” o “explicación” que avalen la bestialidad.

Queda poco por agregar. O mucho, según del espacio del que se disponga. La consigna de esta humilde opinión es que LA VIDA VALE MAS QUE TODAS LAS COSAS QUE HAY EN EL MUNDO.

Si Ud. , estimado lector, no está de acuerdo, o encuentra ciertos atenuantes que justifican el accionar colectivo ajusticiador, piense que abre una puerta detrás de la que sólo se esconde dolor. Y sangre.

Y piense que poner la vida por sobre todas las cosas, es seguir el camino que permanentemente exclama el Papa Francisco. ¡Cómo se atreve ese hombre a pedir mejores condiciones para los detenidos! ¡Cómo en diálogo con un preso argentino, hace unos meses, se preguntó por qué uno estaba de un lado del teléfono y el otro en prisión! ¿¡Qué duda quiere sembrar entre tanto “odio justiciero”!?

En lo más hondo de nuestra conciencia todos sabemos que quienes nos sentimos tan “civilizados” como para no robar, no podemos dejar pasar más linchamientos. Cuando los seres humanos hacemos justicia por mano propia, exaltamos el odio social, el desprecio por el otro, y por sobre todo, nos sentimos más que quien delinque, deberíamos preguntarnos: ¿más a los ojos de quién? ¿Cómo pudo Francisco no hacerlo siendo Papa?

Un gran sinsentido y una triste regresión como sociedad “civilizada”, o que quiere serlo. Todo hace recordar a la gran María Elena Walsh: “Cada vez que se alude a este escarmiento, la Humanidad retrocede en cuatro patas”.

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