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Información General | 1 abr 2014

A un año del 2 de abril

La vulnerabilidad de los niños, una de las mayores secuelas psicológicas de la inundación

Cada vez que el cielo se nubla, que los informativos anuncian tormentas o la lluvia empieza a caer, muchos niños de La Plata experimentan miedo de volver a vivir lo que ocurrió el 2 de abril del año pasado, cuando más de media ciudad se inundó, murieron casi 70 personas y se destruyeron casas enteras


(Télam) “Frente a situaciones extremas, catastróficas o inesperadas, que ponen en severo riesgo nuestras vidas y la de seres queridos, se instala un profundo sentimiento de vulnerabilidad”, explicó la psicóloga Silvia Bentolila, quien trabajó durante 45 días asistiendo a las víctimas de la inundación a través la Red Provincial de Salud Mental en Incidente Crítico del Ministerio de Salud bonaerense.

La especialista explicó que “es como si repentinamente la conciencia de la muerte se instalara en nosotros, esto activa un sistema biológico normal, de lo que podríamos llamar simplificando, el `instinto de supervivencia`”.

La psicóloga advirtió que “un estado de `hiperalerta` se activa en los niños como forma de autoprotección para estar `preparados`”.

Ese estado “conlleva una reacción de alarma, que se dispara frente a estímulos que pueden asociarse con lo vivido, es como si intentaran estar `preparados` por si vuelve a ocurrir”. Bentolila aclaró que “es una reacción fisiológica, y no depende de la voluntad de la persona, se dispara automáticamente, por ejemplo en este caso con lluvias intensas o alertas meteorológicas”.

“Es una reacción normal, pero que si se perpetúa en el tiempo, se transforma en un problema global de salud”. En ese sentido, la psicóloga Beatriz Goldberg, autora de “Cómo vencer los miedos y ser feliz”, coincidió en que “el temor a que una situación así vuelva a ocurrir es normal, mientras ello no pase a ocupar un lugar fundamental en su cotidianidad".

“En general, los niños tienen temor por lo imprevisible, por lo que puede ocurrir sin control”, dijo y ejemplificó que, “por eso piden que se les cuente siempre el mismo cuento, para `controlar` la situación”.

Rosalina Manarino, que integra la Asociación Familiares de Víctimas de la Inundación (AFAVI), pasó la noche del 2 de abril junto a su hija de 10 años, Zamira, y una amiga de ésta.

“Veníamos en un auto por la calle 38 entre 12 y 13. Cuando comenzó a inundarse todo, nos quedamos arriba de la rambla desde las 18 a las 3 de la mañana, que nos pudieron sacar con una cuerda”, recordó y graficó: "El agua parecía un mar, flotaban contenedores por las calles y había autos flotando”.

Cuando comenzó a ingresar agua adentro del vehículo, su hija se descompuso por la falta de oxígeno y “su amiguita tuvo que orinar dentro del auto, pasaron hambre, sed y frío”, contó a la agencia Télam la mujer.

“Al día siguiente, mientras volvíamos a casa que se destruyó por completo las nenas vieron muertos en la calle y destrozos; cuando llegamos, nos enteramos de que mi tía, la persona que me crió, había fallecido a causa de la inundación”.

Manarino afirmó que “cada vez que llueve, mi hija se muestra calmada, pero yo me doy cuenta de que en seguida se fija si entra agua por debajo de la puerta”.

La noche de la tragedia, Tomás y Lucas Dueña debieron dormir junto a sus padres y su pequeña hermana Manuela (4) en la casa de unos amigos. Los niños de 9 y 7 años presenciaron los diversos intentos de sus padres por regresar en auto a su casa, en Villa Castells, cuando a la tarde comenzó a llover mientras visitaban a una familiar en el centro de la capital provincial.

Empapados, pasaron horas arriba del vehículo yendo de un lado al otro y observando, poco a poco, cómo las calles se inundaban y la gente corría desesperada.

Sebastiana Guastella, la mamá de los nenes, explicó a Télam que “intentamos que los nenes estuvieran bien, pero de a momentos la angustia era mucha; esa noche implicó para los nenes dormir en la casa de unos amigos a oscuras, porque no había luz”.

“Hasta ahí creí que no había sido muy traumático ya que uno intenta no transmitirles cosas a los chicos con palabras, pero omite tener en cuenta lo que transmite con actitudes y gestos”, contó.

Después de la inundación, "Tomy empezó con ciertas angustias y miedos. Creo que él se sentía protegido estando en casa. No quería ir a jugar a ningún lado, ni a cumpleaños. Lo único que respetaba era el colegio. Nunca dijo que sus miedos fueran por esta situación, pero el cambio de conducta fue a partir de entonces”.

Tiempo después, Tomás hizo terapia por unos meses y "hoy en día está mucho mejor; si bien Lucas no tuvo una manifestación tan contundente como Tomás, demuestra cierto temor con las tormentas o los cortes de luz”.

“Siempre les explicamos que lo que pasó fue totalmente atípico, que fue un fenómeno puntual, que nunca llueve esa cantidad en tan poco tiempo, y que la lluvia, en su justa medida, es buena y necesaria”, finalizó.

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