viernes 26 de abril de 2024 - Edición Nº -1969

Información General | 18 may 2014

Opinión

Piropeame, sólo así me siento linda: micromachismos impuestos en el imaginario femenino

Durante el mes de marzo se celebró a nivel internacional la Campaña contra el Acoso Callejero, mejor conocido como "piropo". En Argentina, y más precisamente en La Plata, cientos de mujeres se unieron a la campaña de Acción Respeto, que consistió en pegar carteles por toda la ciudad para visibilizar el acoso que sufrimos las mujeres en la vía pública.




Por Mariana Sidoti / https://twitter.com/MarianaSidoti

A propósito de esta campaña surgieron innumerables críticas que, hay que reconocer, fortalecen al debate colectivo en una época signada por la tergiversación de que la violencia contra las mujeres es sólo física o, como mucho, verbalísticamente grosera. Al machismo recalcitrante lo conocemos todos: lo reproducen por los medios y cada día hay un nuevo titular amarillista: “La quemó viva porque lo había engañado”, “Secuestró a su pareja y le hizo beber su orina”, “La violó en el colegio y ahora está embarazada”, “Lo había denunciado 15 veces pero todo terminó en tragedia”, y podríamos seguir hasta el infinito.

Eso es violencia de género, violencia machista, violencia contra la mujer. Esa violencia, conocida por todos los que alguna vez miramos TV o leímos el diario, está tan naturalizada que se perpetúa en su propia banalización, tanto para el violento como para el receptor de las noticias.

Sin embargo, esa no es (ni por lejos) la totalidad del machismo que agencia en nuestra sociedad. El psicoterapeuta Luis Bonino Méndez postuló un término que cabe perfectamente a la práctica social de los piropos: se trata de “micromachismos”.

El micromachismo (término superador frente a la “violencia suave” o “terrorismo íntimo”) representa las prácticas de dominación machista en la cotidianidad, casi imperceptibles, que tienen como objetivo perpetuar el sometimiento de la mujer o aprovecharse de la supuesta superioridad del varón, en la mayoría de los casos, a nivel psicológico o simbólico. El caso del piropo es, a mi entender, un micromachismo encubierto: se oculta la real intención de descalificar, de comunicarle a la mujer que está ahí para que los hombres puedan piropearla, que está ahí para ser objetivada y opinada por aquellos que, socialmente, están avalados para hacerlo.

EL PIROPO COMO PRÁCTICA SOCIAL NATURALIZADA

Ahora bien. Podríamos preguntarnos por qué una mera opinión sobre nuestro cuerpo se transfigura en micromachismo. Más allá de que nos sintamos bien o no con nuestro aspecto físico (tema complejo a desglosar en otra nota), en la opinión sistemática de muchos hombres en la vía pública y exclusivamente sobre nuestro cuerpo siempre, pero siempre está implícito el derecho que tiene el varón de hacerlo y la legitimación de la mujer al aceptarlo. Partiendo de esa premisa, pareciera que el deseo real por parte de la mujer de recibir o no recibir un piropo ya no importa en lo concreto: los piropos no se analizan, no se preguntan ni se cuestionan. Simplemente se dicen. Y una se acostumbra.

En definitiva: no importa cómo salgamos vestidas ni cómo nos maquillemos, si es que nos maquillamos, ni que nos pongamos una pollera corta o un pantalón de jogging deportivo, nos dejemos el pelo corto o largo. El “piropo” siempre va a estar ahí, acechando, queramos o no, sin importar nuestro deseo de recibirlo o escucharlo.

A las mujeres que responden un piropo, generalmente les va mal y terminan deseando no haberlo contestado nunca. Pocas veces un hombre rechazado en plena verborragia pública se disculpa y vuelve a lo que estaba haciendo después de una respuesta inesperada. “¿Por qué deberían disculparse?” preguntan una y otra vez hombres (y mujeres, muchas mujeres) horrorizados por la campaña. Entonces, el debate cambia de eje y continúa viajando por caminos tortuosos. Ejemplo: qué es un piropo y qué una agresión.

Una reconocida revista “femenina” planteaba este tema en una nota: cómo, qué y dónde “corresponde piropearnos”; como dándoles a los hombres una suerte de top ten de las cosas que deben o no deben hacer en la vía pública. Una de las anécdotas del artículo contaba la historia de una mujer a la que alguien había gritado “¡Culona!” en la calle. Ella, enojada, se acercó hacia el emisor del ¿piropo? y le preguntó: “¿Lo decís para bien o lo decís para mal?”.

Muchas mujeres en su lugar, directamente le hubiésemos preguntado por qué lo decís. Sin embargo, se entiende que desde el prisma social por el cual la mujer es evaluada (por sí misma y por otros), busque constantemente la aprobación de su apariencia (y de todo, todo lo demás). Es por eso que a veces, a pesar de sentirse incómodas, humilladas o desvalorizadas, aceptan el piropo sea cual sea, siempre y cuando les suba el autoestima. Muchas revistas, suplementos de “mujer” en los diarios, etcétera, reafirman y perpetúan esa agobiante tarea de soportar aquello que no nos agrada con el fin de sentirnos, posteriormente, más aceptadas, más valoradas…más iguales.

La discusión sobre “piropo” o agresión no tiene razón de ser. En primer lugar, porque ambos objetivan, objetifican y opinan sobre y exclusivamente el cuerpo de la mujer, sin que la persona (esa, la que está adentro del cuerpo) haya sido consultada o si quiera contactada verbalmente previo el piropo o la agresión. Segundo, porque una vez más nos encontramos frente a una práctica de dominación: el hombre no busca “conquistar” o “enamorar” a la mujer, busca reafirmar su derecho de poder decírselo, de poder pararse frente a ella y opinar a como dé lugar.

Es un hecho que el piropo (y si no, tenemos amigos y amigas para consultar) casi nunca logra su supuesto objetivo, el de halagar o “cortejar” para enamorar. De hecho, termina casi siempre en una sonrisa de superioridad y una cabeza mirando hacia el suelo. ¿No le cabe a eso el nombre de dominación?

Ambas “clasificaciones” comparten entonces una misma práctica que, además de ser invasiva para muchas mujeres, es también una reafirmación del poder masculino que no busca atraer a nadie, sino perpetuar ese “derecho social”, permitido y naturalizado de poder decirlo.

ASÍ VESTIDA, ¿CÓMO QUIERE PASAR INADVERTIDA?

En la misma línea que la frase “si no se vistiera así, no la hubiesen violado”, este discurso avala el acoso casi de una manera incuestionable. Una vez más, define y asegura que el hombre tiene en su naturaleza el instinto “halagador”, y que es imposible poder “reprimirlo” (así como el deseo sexual en la segunda frase).

Sobre esto no hay mucho que decir. Las mujeres deberíamos tener el derecho de elegir la ropa, el maquillaje y los adornos que nos vengan en gana, y usarlos como mejor nos parezca. Sin embargo ese derecho (que los hombres tienen casi asegurado, exceptuando quizá las adjetivaciones de “ridículo”, “puto” o “desubicado”, que no son menores) se torna difícil de cumplir cuando las mujeres terminan vistiéndose para: no ser violadas, no ser agredidas, no ser “piropeadas”. No ser acosadas.

Las mujeres deberemos hacer un gran trabajo de reflexión y empoderamiento para llegar a entender que no somos ni le debemos nada a nadie por nuestra ropa. Para entender que nuestra vida no gira alrededor más que de nosotras mismas, nuestros afectos y nuestra mirada frente a la vida, es decir, nuestra militancia. Mientras entre nosotras sigamos llamándonos “puta” o reproduciendo frases como las del título, nunca saldremos del círculo vicioso que nos impone el machismo y el micromachismo escondido: que ser (lindas, inteligentes, deseables) depende de lo que opina el hombre.

Aceptar y pregonar las opiniones impuestas por un extraño sobre nuestro cuerpo no es más que invisibilizarnos como personas. Cuando alguien se acerque y diga “hola”, o quizá pregunte “¿cómo te llamás?” y se muestre interesado de persona a persona, ahí sabremos que nos acercamos a la igualdad. Que de a poco, dejamos de ser meramente objeto para pasar a ser sujeto (además de objeto) de deseo.

Cuando estemos seguras de nuestro valor y comencemos a reafirmar nuestra autodeterminación, podremos comenzar a entender este tipo prácticas y cuestionarlas cada vez más, entendiendo que el machismo es un círculo vicioso que se retroalimenta constantemente. Quien piropea hoy, puede agredir mañana (porque se lo permiten). Quien agrede mañana, pasado puede golpear (porque siguen permitiéndoselo). Sabemos en qué termina: los violentos no son enfermos mentales. Son hijos sanos, bien sanos del patriarcado.

Mariana Sidoti
@MarianaSidoti

OPINÁ, DEJÁ TU COMENTARIO:
Más Noticias