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Información General | 18 may 2014

Opinión, por Gonzalo Martin

Aniversario de la muerte de Ernesto Sabato: "De santas esperas"

Ayer se cumplieron tres años del fallecimiento de Ernesto Sabato (1911-2011), uno de los hombres más influyentes de la cultura argentina, comprometido con la democracia y dueño de una pluma creadora de una magistral obra.


Vivió y fue protagonista de dos siglos, aunque no llegó a cumplir los cien años: murió a los 99 en su residencia de Santos Lugares. “La vida es tan corta y el oficio de vivir tan difícil, que cuando uno empieza a aprenderlo, ya hay que morirse”, había dicho Sabato en una de sus tantas menciones a esa única certeza con la convivimos a diario, la finitud.

Su existencialismo de tintes pesimistas y negativos lo llevó a escribir una de sus novelas más importantes y reconocidas a nivel mundial, El túnel (1948). El epígrafe que el autor eligió para iniciar su obra es un tanto ilustrativo: “…en todo caso, había un solo túnel, oscuro y solitario: el mío”.

¿Cuánto hay de él en el protagonista de esa novela, el pintor Juan Pablo Castel? Este personaje que Sabato nos presenta desde las primeras páginas tuvo que matar a María Iribarne, y será el propio Castel el encargado de desandar todo el camino de una obsesión devenida en crimen. “Todos matamos lo que más amamos…Pero no todos hemos de morir por ello”, reflexionó en “La Balada de la Cárcel de Reading” el escritor inglés Oscar Wilde. ¿Cuán aplicable es esta la frase para la vida de Sabato?

Durante su juventud se destacó cursando en tiempo y forma sus estudios en la Universidad Nacional de La Plata, doctorándose en Física y luego iniciando una carrera como investigador científico en París, tras haber haber sido becado para trabajar en el célebre Instituto Curie. Allí, quedó obnubilado por las luces parisinas y se conectó con sus sueños más profundos, desterrados por el fluido contacto que mantuvo con los exponentes vanguardistas del surrealismo.

En tierras francesas, alentado por el consejo de su amigo André Breton, comenzó a escribir su primera novela, La fuente muda, de la que sólo publicaría un fragmento en la revista Sur. Sería el puntapié para sepultar una vida lineal que transcurría entre tubos de ensayo y microscopios.

De regreso a la Argentina, tomó distancia del movimiento de masas que por entonces estaba al poder y criticó a Perón en una serie de artículos, lo que le costó su cátedra dentro de la academia platense. Se sumó así a una larga lista de intelectuales que por rencor, odio, diferencias ideológicas o falta de lucidez para “leer” su tiempo histórico le dieron la espalda a la “Fiesta del Monstruo”, como denominaron al gobierno peronista Borges y Bioy Casares.

Con el paso de los años Sabato iría encontrando y conectándose con su voz interna, por medio de la experimentación narrativa y gracias a un agudo recelo de las formas estilísticas. Una de las obras más importantes de este momento es Sobre héroes y tumbas (1962), catalogada como su novela más ambiciosa, y gracias a la cual se consagraría como un escritor de renombre a nivel nacional y mundial.

Pero su carrera literaria iría cediendo terreno ante su avance como figura pública, preocupado por “encausar” a una sociedad argentina que se debatía por la vía armada el destino de la nación. Este es el Sabato que pregonaba una ética y una moral que no encontraba oyentes.

Tras el retorno de la democracia fue convocado por el presidente Raúl Alfonsín para presidir la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP), teniendo a su cargo la investigación de las sistemáticas violaciones a los derechos humanos cometidas en el marco del terrorismo de estado, durante la última dictadura cívico-militar (1976-1983).

Desde allí, impulsó la recolección de todo el material probatorio que serviría de sustento para los Juicios a las Juntas, tomando declaración a las miles de víctimas y sus familiares, y verificando la existencia de los centros clandestinos clandestinos de detención en todo el país.

Aún se recuerda como una de esas instantáneas de la democracia cuando Sabato (ya devenido en ese viejo de piel pálida, cabello engominado y gafas de marco grueso) hacía entrega a Alfonsín del informe final de la CONADEP, titulado bajo el eterno mensaje del “Nunca Más”.

Después de esa experiencia bisagra para la historia reciente del país, Sabato abandonaría su exposición pública y se recluiría en el 3134 de la calle Langeri, su lugar en el mundo, allí, en ese recóndito pueblo bonaerense llamado Santos Lugares. Para su suerte, él ya había aprendido a vivir y ahora sólo restaba esperar.

Gonzalo Martin

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