martes 23 de abril de 2024 - Edición Nº -1966

Información General | 17 sep 2013

Opinión

Belén Ennis: "Sarmiento, escribió con tiza y subrayó con sangre"

La figura de Domingo Faustino Sarmiento ha sido muy controvertida, y motivo de análisis entre historiadores de distintas nacionalidades. Su obra trascendió nuestras fronteras, y ha sido, quizá, uno de los miembros más destacados de la elite que condujo los destinos de nuestra nación en el Siglo XIX. En tiempos en los que nuestra sociedad se encuentra resignificando su pasado, esta nota constituye un valioso aporte en esa dirección.


¿Cuántas veces escuchamos, en la escuela, el himno a Sarmiento? Seguramente muchas y más de las que algunos hubiéramos querido. Entre la solemnidad y el anacronismo de los actos escolares, a la mañana, todavía con los ojos pegados y la modorra en los huesos, cantábamos: “¡Gloria y loor! ¡Honra sin par, para el grande entre los grandes, padre del aula, Sarmiento inmortal!”. De la misma forma que nuestra mente asocia la argentinidad con el mate y el tango, no le cuesta nada, merced a los años y años de inculcación metódica de la “Historia Oficial”, vincular a Sarmiento con la educación y la pedagogía argentinas.

No solemos, sin embargo, familiarizarnos demasiado con el aspecto más violento de la personalidad de Domingo Faustino, punto no menor que ni siquiera oculta su propio himno cuando reza: “Por ver grande a la Patria tu luchaste con la espada, con la pluma y la palabra”. Digo, lo de la “pluma y la palabra” lo pasamos de largo porque no nos hace ruido ni nos genera ningún tipo de conflicto con el estereotipo que nos armamos (¿Armaron?) de este prócer argentino, pero algo más complejo ocurre cuando aparece la palabra “espada” ya que toda la vida nos han enseñado, revista Billiken de por medio, que Sarmiento era la manifestación física del arte de educar y que, incluso cuando es sabido que en San Juan no llueve en época escolar, jamás faltó un solo día a la escuela aunque se cayera el cielo abajo.

Ahora bien, cuando empezamos a desmitificar este tipo de anécdotas y comenzamos a estudiar en profundidad la vida y la obra de Sarmiento, vamos rasgando, de a poco, el baño de bronce que tiñe su figura y es ahí cuando aparece el lado más interesante (y menos conocido) de este personaje.

Lo cierto es que existen, sin duda, varios “Sarmientos” que desempeñan diferentes roles en la historia de nuestro país y, por lo tanto, sería una construcción ideológica sesgada catalogarlo sólo como el “padre del aula”.

Construcción ideológica que la clase dominante argentina se empeñó en mostrar como la única verdad ocultando a sabiendas al “otro Sarmiento”, es decir, al político e ideólogo reaccionario, admirador y legitimador de los asesinatos que Mitre llevaría a cabo sobre los caudillos provinciales con el fin de terminar con la “barbarie” criolla y regar por estas tierras la sabiduría que la “civilización” europea nos traería a través de sus cultos inmigrantes.

La idea de Sarmiento no deja de ser la misma zoncera colonial que escuchamos hace más de 200 años: “Hacer la Europa en América”. Siempre lo mejor está en otra parte, cruzando el Atlántico.

Arturo Jauretche, haciendo suyas las palabras de Mastrorilli, escribe que “Sarmiento y Alberdi querían cambiar el pueblo. No educarlo, sino liquidar la vieja estirpe criolla y rellenar el gran espacio vacío con sajones. Esta monstruosidad tuvo principios de ejecución. Al criollo se lo persiguió, se lo acorraló, se lo condenó a una existencia inferior”.

Entonces, ¿En qué se basa la ideología de Sarmiento? Principalmente, en la dupla “civilización y barbarie”, la cual considera que lo civilizado es lo europeo y que lo nuestro, lo autóctono, estaría representando la peor de las barbaries.

Siguiendo esta lógica de pensamiento, mientras más importemos la cultura europea más podremos civilizarnos. Pero esta importación supone, además, la extirpación y la destrucción de la propia cultura y, lo que es peor aún, la desnacionalización. En este sentido, Norberto Galasso nos dice que la ideología sarmientina llevaría a “aniquilar al indio, al gaucho, al negro, al mestizo, aniquilar las leyendas y tradiciones, las costumbres, las industrias propias, las experiencias, las expresiones de las multitudes autóctonas, los caudillos nacidos como expresión también de esa realidad bárbara”.

Si el paraíso son los demás y el infierno está en nosotros… ¿Qué hacemos con los “bárbaros” que habitan el suelo de la Patria? Para Sarmiento la solución venía de la mano del derramamiento de sangre nativa y, en este sentido, repartía para todos los bandos pensamientos de lo más “civilizados”.

Por ejemplo, sobre los indios escribía: “¿Lograremos exterminar a los indios? Por los salvajes de América siento una invencible repugnancia sin poderlo remedir.
Esa canalla no son más que unos indios asquerosos a quienes mandaría a colgar ahora si reapareciesen. (…) Incapaces de progreso, su exterminio es providencial y útil, sublime y grande. Se les debe exterminar sin ni siquiera perdonar al pequeño, que tiene ya el odio instintivo al hombre civilizado” y también establecía: “Estamos por dudar de que exista el Paraguay.
Descendientes de razas guaraníes, indios salvajes o esclavos que obran por instinto o falta de razón. En ellos se perpetúa la barbarie primitiva y colonial. Son unos perros ignorantes”.

Además, opinaba que “los negros ponían en manos de Rosas un celoso espionaje, a cargo de sirvientes y esclavos proporcionándole, además, excelentes e incorruptibles soldados de otro idioma y de una raza salvaje. Felizmente, las continuas guerras han exterminado a la parte masculina de la población”.

Por otro lado, sobre los gauchos sentenciaba: “No trate de economizar sangre de gauchos. Es lo único que tienen de humano. Este es un abono que es preciso hacer útil al país” y seguía “son animales bípedos de tan perversa condición que no sé qué se obtenga con tratarlos mejor”. Finalmente, los caudillos provinciales tampoco eran del agrado de Sarmiento y, siendo éste gobernador de la provincia de San Juan, fue designado “Director de la Guerra contra Peñaloza” por el Ministro de Guerra del Presidente Mitre, Gelly y Obes. En este sentido, en una carta que le escribe a Mitre a razón del asesinato del Chacho Peñaloza (caudillo de las provincias cuyanas muerto por las tropas mitristas en 1863) establece: “No sé qué pensarán de la ejecución del Chacho, yo inspirado en los hombres pacíficos y honrados he aplaudido la medida precisamente por su forma, sin cortarle la cabeza al inveterado pícaro, las chusmas no se habrían aquietado en seis meses”.

Es muy interesante que Sarmiento haya encontrado, como dice él, la inspiración en “los hombres pacíficos y honrados” cuando al Chacho Peñaloza lo matan las tropas nacionales que respondían al Presidente Mitre a sangre fría (habiéndose ya rendido y entregado su puñal), clavándole una lanza primero, acribillando su cuerpo a balazos después y luego cortando su cabeza y exhibiéndola en una pica en la plaza de Olta. Es más, una de sus orejas presidió por mucho tiempo las reuniones de la clase “civilizada” de San Juan.

Sarmiento aclara, entonces, que aplaude la medida precisamente por su forma, con esto está queriendo decir algo más o menos así: a los bárbaros les cortamos la cabeza, la ponemos en una plaza para que sus familiares, amigos y seguidores la vean y sepan qué les puede pasar si se enfrentan a Mitre y a mí. En definitiva, el mejor método de enseñanza es, en este caso, el miedo.

La Historia Oficial quiso presentar a Sarmiento como el “gran educador” y lo logró gracias a la eficacia que tienen las clases dominantes para ejercer hegemonía cultural presentando su visión de mundo como la única válida; ya Marx decía que las ideas de la clase dominante son las ideas dominantes de la sociedad.

Sarmiento fue, como bien dice Norberto Galasso, un ideólogo de la clase dominante argentina a la cual le entregó “una herramienta poderosísima para hegemonizar ideológicamente al resto del país: especialmente a la clase media”, esa herramienta fue su obra y su pensamiento. Todavía hoy, en los actos escolares, seguimos leyendo a Sarmiento y escuchando su himno pero quizás ahora, con estos datos de la historia, podamos entender mejor qué significa que este señor haya luchado no sólo con la pluma y la palabra sino también, y sobretodo, con la espada. Después de todo, la ideología sarmientina hace honor al famoso dicho: ”La letra con sangre entra”.

Por Belén Ennis

Referencias:
- Galasso, Norberto. (2003). “Sarmiento ¿Civilizado o Bárbaro? en Cuadernos para la Otra Historia. Centro Cultural Enrique Santos Discépolo.
- Jauretche, Arturo. (2008). “Manual de zonceras argentinas”. Ed. Corregidor. Buenos Aires.

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