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Información General | 19 sep 2013

Heridas de guerra

Dos hermanas separadas por la Segunda Guerra Mundial se encontraron luego de 77 años

La diputada Claudia Bernazza fue la gestora de este reencuentro entre su madre y su tía. Una emotiva historia familiar relatada en primera persona


Meses antes de que estallara el conflicto bélico en Europa en 1939, Nichifor Romaniuk junto a su esposa y dos pequeños hijos embarcaron rumbo a Brasil.
En Ucrania, no sólo quedaron truncos los sueños familiares; también quedó una de sus pequeñas hijas. Hace pocos días, Lena, la ucraniana de 83 años que había permanecido en la aldea, se reencontró con su hermana argentina, a quien no veía desde que su familia se ausentó del pueblo.
“Yo sigo viva porque esperaba este momento”. Con estas palabras, entrecortadas por la angustia y la emoción, Lena Romaniuk recibía en su aldea a su sobrina Claudia, a quien no había visto nunca.

La receptora de aquella cálida bienvenida, la que entendió gracias a un traductor, dice que la mirada penetrante de su tía, sus gestos parsimoniosos, su porte de jefa familiar, y las palabras de la anciana, la acompañarán por el resto de su vida.

A los 53 años de edad, la diputada nacional (MC) Claudia Bernazza está más que satisfecha. Alcanzó un sueño que ella misma, durante años, se había negado a que fuera irrealizable: Lograr el reencuentro entre su madre, quien inmigró a Buenos Aires cuando tenía 2 años, con su hermana, a la que creían fallecida. Después de décadas, Lena y Sofía volvieron a estrecharse en un abrazo tan extenso como la duración de la crisis económica y la Segunda Guerra Mundial que las había separado.

“Mi abuelo huyó a América con Sofía, mi mamá, y Nicolita, el menor de los hijos, y dejó a Lena en Ucrania, al cuidado de una abuela que falleció cuando ella tenía 13 años. Desde esa edad, mi tía quedó sin familia biológica”, cuenta Claudia, quien no puede comprender la magnitud de la orfandad que rodeó a Lena durante toda su vida.

Vos fuiste la gestora del encuentro entre las hermanas: ¿Cómo fue la búsqueda de Lena?

En Febrero de este año, recorro Praga, Viena y Budapest. Antes de viajar, le pido a mi madre algunas cartas que ella tenía de la familia que había quedado en Ucrania. Obtengo el nombre de su hermana, que nosotros pensábamos que estaba muerta, y sabíamos el nombre de la aldea: Volonchik. Esto era todo lo que ella tenía, de la última vez que había ido mi abuelo a visitar a su otra hija, en 1973.

Escribí a la embajada argentina en Ucrania y le pedí la ubicación de la familia de Lena. Ucrania tiene 28 mil aldeas que cambian de nombre de cuando en cuando. Cuando estoy allá, me doy cuenta que no estaba tan lejos de Ucrania. Insistí telefónicamente a la embajada, y a las pocas horas, el cónsul me respondió informándome que mi tía estaba viva. Me pusieron un traductor y me fui por tres días. Recorrí casi 200 kilómetros de tierra para llegar a la zona, que es una aldea muy lejana, ubicada al oeste de Ucrania.

¿Cuáles fueron los primeros sentimientos que afloraron en el reencuentro?

Después de andar entre bosques, iglesias salidas de un cuento, nieve fresca y caminos muy deteriorados, me esperaron mis parientes en un viejo auto LADA, de la era comunista. Estaban tan emocionados cuando llegamos con Gastón, el traductor, y Cristina, mi compañera de viaje, que no lo podían creer. Nos guiaron hasta una casa de madera, con aljibe y cocina a leña, con establo de vacas y de caballos, donde me aguardaban parientes y Lena, la hermana de mi mamá por parte de padre.

Era un domingo a la tardecita. Mi tía estaba conmocionada. Tiene 83 años, vive con Eugenio, su esposo y un hijo del corazón, ya que no pudo tener los suyos.
Ahí descubrí una historia muy dura. Nosotros creíamos que había sido criada por su abuela materna y en realidad a los 13 años quedó sola, porque su cuidadora murió.

Su tío, al que Lena quería muchísimo, falleció en la Segunda Guerra Mundial, entonces fue criada por una amiga. Ella siempre vivió muy mal, y sobre todo la nueva vida de su papá, con su segunda mujer y sus dos nuevas hijas.

Mi presencia era un poco reparadora. Por ejemplo, en la casa había una foto central en el comedor, que es un collage de la historia familiar. En ese conjunto de fotos, había un retrato de mi abuelo, mi abuela, mi mamá y su hermana que están en Argentina. Lena aparece en una foto sola con una silla vacía, como queriéndose integrar a la historia.

La mama de mi tía murió en un segundo parto, entonces cuando mi abuelo se vino a América, la abuela materna no permitió que se la trajera. Por ello, Lena se quedó allá.

Al casarse Nichifor con su primera mujer se fue a vivir a la finca de ella. Pero cuando murió, a los 21 años, él fue sacado de la casa y dejó de tener los derechos sobre la primogénita. La nena sí se quedó, porque era heredera. En 1973, mi abuelo volvió a Ucrania por cuatro meses. Ese fue el único momento de la vida en que Lena, convivió con su papá. Cuando volvió, Nichifor no ligó las dos familias.

Los horrores de las guerras no se cuentan solamente por las zonas arrasadas, los edificios bombardeados, las colonias de refugiados o los muertos de cada bando. Los conflictos armados también truncan destinos.

Cuando llegué a la Argentina, mi mamá estaba conmocionada. De pronto, le había nacido una hermana que ella daba por muerta. Entonces, organizamos el viaje y nos fuimos las dos, para que se reencontraran después de 77 años.
Lena le relató a mi mamá las historias de cuando ellas jugaban juntas, porque vivían en frente. Luego de que mi abuelo fuese echado de su finca, él compró una a pocos metros de la anterior.

En especial, mi tía recuerda una escena muy fuerte. En una oportunidad, un tío, hermano de mi abuelo, le entregó caramelos a Lena, mi mamá y Nicolita, otro de los hermanitos que ya había nacido.

Cuando mi abuelo observó la situación, llorando, le quitó los caramelos a Nicolita y a mi mamá y se los entregó a Lena. Ella ignoraba que el gesto obedecía a una compensación, porque sería la única que se quedaría en la aldea, mientras el resto se mudaba a América.

No hay forma que la historia familiar que Claudia está relatando no se haga carne en el lector, o que la garganta no acuse angustia. No hay psicólogo o profesional capaz de brindar la panacea para curar tanto dolor o reconstruir una historia familiar escamoteada por el destino.

Encontré muchísimos de mis trastornos obsesivos compulsivos como marca de familia y culturales, como el tema del orden. Ellos son muy ordenados, hasta en la forma en que te cubrís en la cama, en la manera de sonreír o de discutir.
Con mi mamá y Lena recorrimos la aldea con el carro, visitamos la escuela, el alcalde, y zonas vecinas. El último día estuvimos en el homenaje a la independencia de Ucrania. Ahí, nos pusimos las camisas bordadas que es una tradición muy fuerte. En la aldea hacen cortinas, almohadones y rusni, por ejemplo.

¿Por qué tu mamá no volvió con su padre en 1973 a Ucrania?

En esa época, mi mamá estaba conformando su propia familia y mi abuelo tampoco forzó demasiado la situación; es como que él tenía partida su vida. De hecho, mi mamá se encontró allá con las cartas que él le mandaba a Lena hasta 1992, año de su muerte. En esos textos, descubrió un padre muy cariñoso que ella ignoraba, dado que él era parco, frío y duro. Era como que él compensaba la ausencia con cartas muy largas y cariñosas.

Claudia retoma el tema de la guerra y no entiendo muy bien el por qué. Luego comprendí que esa es una herida abierta, que ella también acababa de incorporar de la aldea.

Ellos están todavía discutiendo la guerra y las consecuencias de los Koljós, granjas colectivas instrumentadas por la Unión Soviética.

Mi abuelo se vino porque era inminente la guerra. Como dicen allá: Los más inteligentes vendían y los más tontos compraban. Los que pudieron remataron sus cosas y huyeron. Y él se fue en un barco hasta Brasil con Ana Haduviak, su esposa, mi mamá, y su hermano Nicolita, quien falleció en ese país con dos añitos. Cómo dice mi madre, se quedó dormidito en aquel país. Luego, viajaron a Argentina.

Uno de los hermanos de mi abuela, Stepan Haduviak, murió en la guerra; el otro, cuando regresó se encontró con su hijo muerto. Todos fueron soldados.

¿Cómo definirías en pocas palabras la cultura de los aldeanos actuales?

Les gusta mucho la música. Los pastores y los que cosechan cantan mucho, por ello tienen muy educada la voz. Ellos dicen que es por la inmigración judía.

Respecto a la comida, me gustaron todos los derivados de la leche y de la harina. Allá se come mucho cerdo, pescado y pollo. Las mesas se ponen con platos chicos y tenedores, pero se sigue comiendo mucho con las manos; éstas, son muy habilidosas a la hora de comer y no se observa como mala educación.
Los martes se va al mercado. Consumen muchos jugos, compotas, harinas, papas, repollo, sopa de remolacha, ricota, vodka. Los niñitos siguen con su jarrito al pie de la vaca para buscar la leche recién ordeñada.

La suegra tiene una enorme importancia en el núcleo familiar. La madre del varón es como la jefa de la casa. Las nueras tienen una figura debilitada frente a ella. De hecho le deben decir mamá. No existe la diferenciación entre la familia política y biológica.

Es decir que no ha llegado mucho la modernidad y la tecnología.

La aldea está en un túnel del tiempo. Siguen con arados tirados a caballos, tienen pocas vacas y cerdos. Es una agricultura familiar típica, pre capitalista, donde consumen lo producido. Está compuesta por aproximadamente 100 casas, y está habitada por 300 personas. Ucrania tiene 28 mil aldeas. Kiev es la capital, con 3 millones de personas. Tienen electricidad pero poseen pocos aparatos.

¿Cómo definirías la relación entre los aldeanos con la religión?

Ellos han vivido el proceso de la Unión Soviética sin comprenderlo mucho y muy asociado a la guerra. La sociabilización de los bienes lo vivieron muy traumáticamente.

Entonces, los Koljós era algo que les expropiaba lo poco que tenían, a pesar que ellos poseían una vida comunitaria preexistente, dado que en la aldea tenían una solidaridad interior muy desarrollada. Veían a Rusia como un imperio, con lo cual todo lo que se quería imponer desde allá era rechazado y eso los hizo afianzarse más en la religión.

En pocos renglones, es difícil compendiar una historia familiar que incluye desencuentros, guerra, ausencias, afectos dormidos, perdones, destierros y reencuentro después de 77 años. O sea, una vastedad de situaciones concomitantes poco benévolas. A Claudia también se le dificulta narrar lo vivido sin caer en la nostalgia. Ella está feliz, siente en su corazón que logró lo que su abuelo no supo o no pudo en vida: unir las dos familias que él había construido y que el destino se había empecinado en destruir.

Por Juan José Pfeifauf

Video de reencuentro: http://www.youtube.com/watch?v=P4Sc4a1O9zY&feature=youtu.be

Datos: Ucrania posee cerca de 46 millones de habitantes. Es el segundo país europeo con el ejército más grande, después de Rusia. Fue una de las repúblicas fundadoras de la Unión Soviética en 1922. El idioma dominante es el ucraniano, aunque también se habla ruso. En su mayoría son católicos ortodoxos. Entre 1932 y 1933 sufrió el Holodomor, u Holocausto Ucraniano, una hambruna artificial generada por el régimen ruso, donde murieron cerca de 10 millones de personas.

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