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Información General | 21 sep 2014

Opinión

El chancho y el que le da de comer

Por Esteban Rodríguez Alzueta, Investigador de la UNQ. Miembro del CIAJ. Autor de “Temor y control: la gestión de la inseguridad como forma de gobierno” (Futuro Anterior, 2014)


La frase no es mía sino del periodista Horacio Cecchi, autor de Mano dura, una crónica publicada en el 2000. Es el título del capítulo central de su libro. Allí se arriesga una respuesta para comprender la Masacre de Ramallo, es decir, la muerte de cinco personas (incluyendo la de dos rehenes), en el intento de un robo al Banco Nación el 16 de septiembre de 1999: la arenga punitiva de la clase dirigente. Cuando la seguridad se convierte en la vidriera de la política, los candidatos se suben al caballo del comisario y todos prometen más policía a cambio de votos.

Prueba de ello son las frases que Carlos Ruckauf propalara a cuatro vientos, subiendo la apuesta del otro candidato, Luis Abelardo Patti. Decía Ruckauf: “Cuando un asesino se tirotée con un policía siempre estaré respaldando al efectivo, para que quede claro que la bala que mató un asesino es una bala de la sociedad que está harta de que desalmados maten a mansalva a gente inocente”. “Hay que meter bala a los ladrones, combatirlos sin piedad. Yo no soy garantista, voy a plantear una estructura vertical con un jefe policial”; “lo que necesitamos es mano dura dentro de los límites de la ley”.

La pirotecnia verbal del candidato no fue desautorizada por el entonces gobernador Duhalde, y sepultó el primer intento de reforma de la Bonaerense gestionado por León Arslanian. El ministro no podía competir con esas frases. Arslanian renunciaba y el gobernador volvía a pedir consejos de Alberto Piotti que le recomendaba los servicios de Osvaldo Lorenzo, un miembro de la familia judicial, amigote de la vieja runfla encabezada por el “Polaco” Klodczyk, el “Chorizo” Rodríguez y el “Gordo” Santiago Allendes. La Maldita Policía entraba otra vez en acción. Las consecuencias de semejantes decisiones no se iban a dejar esperar.

En el ínterin hubo una reunión porque “la cosa” seguía desmadrada, y los candidatos pedían señales. Dice Cecchi: “Las versiones sobre la reunión son más bien confusas. Hay quienes sostienen que en ella se preparó una ratonera, un golpe de efecto que mejorara la imagen de la Bonaerense y levantara a Duhalde en las encuestas a un mes y medio de las elecciones. Hay otros que aseguran que Lorenzo pidió soluciones pero no dijo en qué debían consistir. A la luz de los hechos, parece más real la segunda, o al menos podría hablarse de una mixtura. (…) La Masacre de Villa Ramallo fue el resultado de costumbres estructurales de la Bonaerense: la desorganización, la falta de profesionalidad y el gatillo fácil, sumadas a la orden de que había que hacer algo y al reclamo de ‘meter bala’. (…) Al fin de la reunión una cosa quedó clara: había carta libre para resolver el problema de la imagen. Era suficiente para cebar al tigre. Y eran varios felinos que estaban a la espera de oportunidades",

El problema, entonces, es el chancho pero también el que le da de comer, es decir, los candidatos que, con sus declaraciones, habilitan y legitiman a las policías a moverse como más le gustaba, al margen del estado de derecho, liberando la fuerza de toda formalidad. No hay nada más peligroso que un candidato tirando leña al fuego. Y cuando ese candidato es además funcionario las manifestaciones no son inocentes, tienen la puntería del gatillo fácil.
Hoy, cuando las elecciones presidenciales ya están lanzadas y los candidatos se corren por derecha, el libro de Horacio plantea interrogantes que no deberíamos pasar por alto, sobre todo cuando los funcionarios están desbocados. La policía es un mono con navaja. No hay pacto que pueda cubrir la inoperancia, esconder las rutinas institucionales, sobre todo cuando los acontecimientos se trasmiten en vivo y en directo.

La Masacre de Ramallo le costó la elección a Duhalde, pero le alcanzó para que su pollo se convierta en gobernador. Ahora, cuando Berni, Massa y Scioli no paran de subir la apuesta, todos deberían saber que no hay acuerdo que garantice el disciplinamiento de toda la tropa. Ramallo dejó una moraleja: El que se acuesta con la policía amanece ensangrentado.

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