

Pocas veces asistimos al unísono y desde cualquier punto del orbe, a una secuencia donde gestos, señas y miradas puedan proyectar una lingüística universal. Basada en el cariño y la comprensión, como el último recorrido que Jorge Mario Bergoglio, transformado en Francisco, dio sobre las losetas de la Plaza San Pedro.
La vueltita sobre un artefacto mecánico rodante que poco ha cambiado con los siglos, igual que las estatuas indolentes. Lo mismo que el esperpento que producen las miradas entornadas del poder (real o imaginario). Fueron mudos testigos del paso cansino y festivo de los últimos jirones de un peronista de alpargatas sí y libros TAMBIÉN!
Aquel que en una Navidad del 46 espantó a chorros de soda las blasfemias de un tío querido sobre el naciente Jefe de los Descamisados. El mismo que, porteño y compadrito, terminó metiendo a Borges en la llanura de la invencible Santa Fe para sacudir la modorra de los muchachitos internados. El pibe que reventaba la madeja de medias soñando a René Pontoni. Un curita que el poder vernáculo rescató de las siestas cordobesas y la bosta de gallinas ponedoras, para oxigenar a un modelo político que buscaba darle dignidad a un barrio que había nacido en terrenos codiciados. Sin pizza y sin champán obró según el Evangelio. Y en lugar de lustrar Ferraris hizo brotar sonrisas gardelianas de Mugicas.
Ese que dicen que se tomaba el subte y el 187. El que parecía querer ser siempre Robin, pero era más y mejor que Batman, y aquel que un infiltrado eterno con su ladrido buscó hundir, acaba de morir.
No debe haber en las postrimerías un tipo tan esperado. Uno que seguramente todavía estará estrechando manos y fundiendo abrazos. Que ahora ya desprovisto de infernales ruedas y pulmotores ande chequeando por los elíseos parando en cada carpa. Porque los que ya están ahí no precisan explicaciones. Todo lo ven, todo lo vieron, y por eso ahora sonríen con la mirada el pasar del Técnico Químico que Jesuita y Argentino, llevó la cinta de Capitán del equipo de los orilleros.
A los problemas terrenales, antes y ahora, los vamos a seguir teniendo. Mientras siempre discutamos cómo repartimos las culpas de la pobreza, y ocultemos con cuidado los merecimientos de la riqueza. Aunque los rayos catódicos, las frecuencias moduladas y los algoritmos sigan reimprimiendo sobre el lomo de los más las razones de los menos, ahora definitivamente tengamos que improvisar nuevas canciones.
Hay que agregar tela para pintar a ese Tanito. Se nos fue el último ápice del Perón que muchos hemos soñado. Subió a los cielos uno que AMÓ a Evita (sin dudas con mayúsculas). Ya no está el que cumplía sueños por carta a la mañana, besaba los pies ensangrentados de la paz en África a la tarde, y se iba a dormir entre escombros palestinos y bombas que dicen defender la herencia de Canaán.
No importa si viven 33 como Evita, 27 como El Potro, 60 como Néstor o El Diego. Los necesitamos muertos. Hay una pulsión imparable de comprender y añorar entre la sal de las lágrimas y lo amargo del silencio atroz. Hay que entender desde lo irreparable. San Martín viejo y en los Bosques de Boulogne Sur Mer. Rosas en campos ajenos.
Por un humanísimo ACV acaba de irse el último ápice de Justicia Social Internacional envasado en origen vivo sobre la Tierra. La máxima expresión de un movimiento político que tuvo al peronismo, los trabajadores, las mujeres y a los inmigrantes en el centro de la escena.
La crema y nata de los desposeídos. En Mar del Plata y con alfajores.
Los trabajadores del mundo tenían una ventanita abierta con el Papa.
Se fue físicamente lo último de un tipo de proyecto colectivo imposible de volver a construir. Producto de dos guerras, el nazismo, el fascismo y las dos bombas atómicas explotadas en la cabeza de miles de inocentes por el Country de la libertad y Hollywood
Por sudaca, hecho y derecho, en parte pudo pararse y decir dos renglones. Lo que sigue va a ser añoranza de un tiempo pasado y resistencia simbólica a un futuro áspero y metálico como hacía mucho tiempo no caía.
Juan Pablo II empujó el comunismo contra la pared con una falsa democracia. Empezando por su país mismo, que es históricamente una muestra cabal de grieta desde hace 150 años.
Nuestro futuro Santo Bergoglio los agarró viejos y cansados. Pero ya no operan los que ganaron la Guerra Fría. Operan los que quieren solo el último capítulo. Los que liquidan un país, una civilización y una serie de Amazon en un día. Porque les pintó. No es un tema de atención o inteligencia, sino de intereses. Y les interesa poco todo. Y llevarse todo también.
Asistimos entonces a una nueva lección secular. Somos Hijos y Nietos de las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo. Y primos de una pandemia que clavó la máquina de papel picado. Y del telón roto empezaron a regurgitar animales embalsamados y estafadores seriales. Se aplaude a Enrique Pintis de los Urales tuúquicos. Se admira la valentía de los idiotas, y de pie se saludan a pibes que se auto-explotan por una pizza o contra un palo de luz.
Será menester del tiempo no perder una vieja referencia de una nueva muerte. Sabido es que la indisciplina es nuestra marca en el orillo.
Todavía varios creen que lo nuestro, lo de los Argentinos, los Sudamericanos, es solo azar y olfato goleador.
Lamento informar que se deletrea Organización. Agregar, quisiera, que no es sino a través de un proyecto colectivo integral y totalizador que o inventamos o erramos. No tenemos más que arriesgar donde no sobra nadie. Pero no todos somos lo mismo.
Serán horas de miradas largas y dudas profundas. Pero a los anales de los deseos que se frotan con la lámpara de la política tenemos que agregarle el acervo de aquel pálido que arrancó a aprender con cartuchera de madera y valija de cuero. Y nos terminó enseñando que el oro del Vaticano a veces sirve para decir y otras para hacer.
Ya sabíamos que mejor que decir era hacer. Y sabíamos que el tiempo era superior al espacio. Que la unidad era superior al conflicto. Que la realidad prevalece y conforma la idea. Y que el Todo es superior a la suma de las partes.
Ahora también lo sabe el Mundo. Se murió uno de los nuestros. Nos dejó mucho.
Pero sobre cualquier cuestión e injusticia, desde hace unas horas, nada absolutamente nada va a volver a empezar de cero.